Vaticano herejía del cristianismo por Juan José Tamayo
jueves, octubre 18, 2012
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Fotografía: Internet |
Juan José Tamayo
A principios del siglo XX el teólogo modernista
francés Alfred Loisy escribió en El
Evangelio y la Iglesia: “Jesús anunció el Reino y vino la Iglesia”. El papa
no tardó en poner la obra en el Índice de
Libros Prohibidos. Sin embargo, Loisy llevaba razón, como demostrara
después el exegeta alemán Rudolf Schnackenburg en su influyente obra La Iglesia del Nuevo Testamento: “No la
Iglesia, sino el Reino constituye la última intención del plan divino”. Schnackenburg
es el teólogo de referencia de Benedicto XVI en sus recientes obras sobre Jesús
de Nazaret de mane reiterada y elogiosa.
Yo creo que la Iglesia
constituye el primer fracaso de Jesús el
Galileo, que puso en marcha un movimiento igualitario de hombres y mujeres,
nacido en la “Galilea de los gentiles”, contrahegemónico, ubicado en los
márgenes de la sociedad y de la religión judía, que anunció el reino de Dios
como alternativa al poder político-imperial y a la religión tradicional.
Luego surgió la Iglesia
como organización jerárquico-patriarcal, aliada con el poder y ella misma
detentadora de todo el poder, el espiritual y el temporal. Para ello tuvo que incumplir
la orden del Maestro: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las
naciones, las dominan como señores
absolutos, y sus grandes los oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre
vosotros, sino el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro
servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos”
(Marcos, 10,42-44).
La Iglesia se organizó
al modo imperial y, con el paso del tiempo se convirtió en Estado bajo la
autoridad del Papa, persona con más poder que los faraones egipcios los
emperadores romanos, los califas otomanos y los reyes católicos pero que osa llamarse
“siervo de los siervos de Dios”. Si la Iglesia no es de institución divina, menos
aún lo es el Vaticano. Este no es el centro de la Cristiandad, ni Roma, la
ciudad santa y eterna, sino, un lugar de intrigas, maquinaciones, traiciones,
luchas por poder, negocios turbios. No sé si nació para eso, pero,
históricamente, ha actuado así, unas veces con nocturnidad y alevosía; otras,
con luz y taquígrafos, hasta el punto de convertirse en ejemplo, o, mejor, mal
ejemplo, de comportamientos oscuros, que con frecuencia se han justificado e
imitado.
El papa no está libre
de las intrigas, es parte de las mismas y, en ocasiones, su principal
responsable. Es el caso de Benedicto
XVI, que lleva treinta años en el centro de la intriga, primero como presidente
de la todopoderosa poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe, que condenó
a teólogos y teólogas acusados de heterodoxos y sustituyó a obispos del
concilio Vaticano II por obispos neoconervadores. Luego, en el Cónclave, donde
movió todos los hilos para conseguir su elección papal con el apoyo de la
mayoría de los cardenales que habían sido nombrados durante su mandato como
Inquisidor de la Fe. Y ahora como Jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, que,
según la “Constitución” del Vaticano, detenta en su persona la plenitud de los
tres poderes, y como Papa, que gobierna a más de mil católicos de todo el mundo,
que no han participado en su elección y cuyas decisiones son inapelables.
Ayer conocimos la
noticia del procesamiento del mayordomo del Papa Paolo Gabriele y del empleado
de la Secretaría del Vaticano Claudio Sciarpelleti, acusados de robo y difusión
de documentos secretos de la Santa Sede, según la sentencia del juez instructor del Tribunal del Estado
Vaticano contra el mayordomo del papa Gabriele acusado de “robo con agravante”.
El mayordomo ha reconocido los cargos que se le imputan alegando que su
intención era “mejorar la situación eclesial vivida en el interior del Vaticano
y nunca para dañar a la Iglesia”.
Yo creo que en la trama
está implicada buena parte de Curia, incluido el Papa. Todos deberían ser
investigados. Y, tras la investigación, proceder a la supresión del Vaticano
como Estado, que es la gran herejía del cristianismo, y del Papa como Jefe de
Estado, que es la encarnación del poder absoluto. Por ahí debe comenzar la
Reforma de la Iglesia, como acaba de proponer Pére Casaldáliga, obispo catalán emérito
de la Prelatura brasileña de Sâo Felix do Araguaia.
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