La Corte Suprema de Pakistán invoca al Pacto del Profeta: El caso de Asia Bibi. Por John Andrew Morrow
sábado, noviembre 17, 2018
Asia Noreen Bibi es una mujer cristiana pakistaní analfabeta y madre de cinco hijos que ha estado en el centro de la controversia durante casi una década. Mientras recogían bayas, un grupo de mujeres musulmanas se negó a compartir el agua con ella alegando que era religiosamente impura. Si bien en el pasado algunos juristas chiítas duodecimanos sostuvieron que todos los no musulmanes eran “najis” o religiosamente impuros, quizás como consecuencia de antiguas creencias del zoroastrismo, las autoridades religiosas contemporáneas aducen normalmente que el Pueblo del Libro ―judíos y cristianos― son “tahir” o religiosamente puros. Algunos incluso afirman que todos los seres humanos son intrínsecamente puros. Sin embargo, en el Islam sunnita, que es la manifestación mayoritaria del Islam en Pakistán, la noción de que los no musulmanes son inmundos simplemente no existe. Y si aparece resulta, simplemente, un residuo del hinduismo que ve a los no hindúes como impuros. Se trata de una continuación del sistema de castas politeístas y del concepto de intocabilidad.
Después de que las mujeres musulmanas hicieran declaraciones despectivas sobre el cristianismo y exigieran que Asia Bibi se convirtiera al Islam, la mujer católica defendió sus derechos y dignidad como ser humano, afirmando: “Creo en mi religión y en Jesucristo, que murió en la cruz por los pecados de la humanidad. ¿Qué hizo tu profeta Mahoma para salvar a la humanidad? ¿Y por qué debería ser yo quien se convierta en vez de ti?” Como se puede apreciar, no hay ningún pecado en lo que dijo. Según la ley islámica, tal como la interpretan los otomanos y otras autoridades dominantes y moderadas, los no musulmanes tienen derecho a expresar sus creencias religiosas con plena libertad. Tales declaraciones de fe, aunque contradigan las enseñanzas del Islam, no incurren en la categoría de calumnia, difamación, herejía o blasfemia. Según la shariah tradicional, que tanto los islamófobos como los takfiristas tergiversan rutinariamente, esas manifestaciones entran en el ámbito de la libertad de expresión religiosa.
Poco después de la discusión generada, una turba se reunió alrededor de la casa de Asia Bibi, golpeando a ella y a los miembros de su familia. Las mujeres involucradas informaron a un oficial de policía local que la mujer católica había afirmado que el Corán era falso, que el Profeta Muhammad se casó con Khadijah solo por su dinero y que estaba lleno de gusanos antes de morir. Asia Bibi negó a voz en cuello la veracidad de esas afirmaciones. Puesto que ella rechazó las acusaciones, un imám local llamado Qari Muhammad Salim alegó, cinco días después del hecho, sin pruebas ni acceso al acusado, que Asia Bibi le confesó su crimen de blasfemia y le ofreció sus disculpas.
Acusada de blasfemia en 2009 ―en virtud del artículo 295 C del Código Penal de Pakistán― y encarcelada sin cargos formales, fue finalmente juzgada y condenada a morir ahorcada en 2010. Su caso se transformó desde entonces en un tema central por los extremistas musulmanes, quienes exigen airadamente el cumplimiento de la pena en una manifestación perversa de su supuesta lealtad al Islam. Los extremistas cristianos islamófobos la ven como una víctima de la ley islámica. Y los liberales seculares como una víctima de abusos fundamentales de los derechos humanos. Para colmo, y para añadir un insulto a las injurias, las condiciones en las que se mantuvo retenida a Asia Bibi eran deplorables según cualquier norma civilizada.
Desde el punto de vista de la jurisprudencia islámica, el caso en cuestión nunca debería haber llegado a los tribunales. Se basa enteramente en rumores: fulana dijo que ella dijo; fulano dijo que ella dijo. No puede compararse con el caso de Salman Rushdie u otros que dedicaron tiempo y esfuerzo a producir obras de literatura, erudición o arte, con la intención deliberada de calumniar al Profeta Muhammad y ofender el sentimiento musulmán. En el caso en cuestión, las mujeres acusadoras habrían deliberado y tramado detalladamente las acusaciones que presentarían. A pesar de ser premeditada, la descripción exagerada que dieron las mujeres musulmanas de los acontecimientos estuvo llena de contradicciones e inconsistencias. Aparentemente la presentación de cargos falsos se motivaría en la intolerancia religiosa, cuestiones de clase, estatus económico, disputas familiares y venganzas personales. En tanto que los acusadores masculinos, que ni siquiera fueron testigos de los hechos, se dejarían llevar por sentimientos misóginos. Todo el episodio recuerda al Capítulo Yusuf o José del Corán, que exclama: “¡Es una astucia propia de vosotras! ¡Es enorme vuestra astucia!” (12:28).
En los casos de rumores, el enfoque del Corán es claro, es decir, es el de mubahalah, la invocación mutua de las maldiciones (3:61). Ambas partes deben jurar que dicen la verdad e invocar la maldición de Dios sobre sí mismas si están mintiendo. El juez entonces se lava las manos del caso y pone el juicio en las manos de Dios. El mentiroso será condenado en el Más Allá. Incluso si suponemos que Asia Bibi habló mal del Profeta, algo que la mayoría de los cristianos que viven en naciones de mayoría musulmana ven como suicida ya que es tan ofensivo para los sentimientos religiosos, todo lo que correspondía era una disculpa. A pesar de las falsas tradiciones que afirman lo contrario, el Profeta Muhammad siempre puso la otra mejilla cuando se trataba de insultos dirigidos a su persona. De hecho, cuando se le pidió que maldijera a los politeístas que le hicieron la guerra, se negó rotundamente, diciendo, según Muslim: “No he sido enviado para maldecir a la gente, sino como una misericordia para toda la humanidad,” haciéndose eco de las palabras de Dios Todopoderoso en el Corán Glorioso: “Nosotros no te hemos enviado sino como misericordia para todo el mundo” (21:107). Mientras que los musulmanes defienden la justicia, también deben moderar su justicia con la misericordia. Necesitamos perdonar para ser perdonados.
Sin embargo, una parte de la población pakistaní mostró poca simpatía hacia una mujer pobre, analfabeta y campesina de la provincia de Punjab. En una encuesta, más de diez millones de pakistaníes declararon que estaban personalmente dispuestos a condenarla a muerte. ¡Qué vergüenza para el Islam y qué mancha para el Profeta de la Paz! Maulana Yousaf Qureshi, un clérigo musulmán, que ciertamente no sigue al Profeta de la Misericordia, ofreció una recompensa de medio millón de rupias a cualquiera que la asesinara, mostrando un total desprecio por la ley y el orden. Los políticos influidos por la moral y la gente de conciencia que acudieron en defensa de Asia Bibi y se opusieron a su ejecución, fueron condenados a morir. Salmaan Tasser ―gobernador del Punjab― y el Ministro de Asuntos de las Minorías ―Shahbaz Bhatti― fueron asesinados por los renegados religiosos, azotes del país. Incluso el abogado de Asia Bibi, Sail-ul-Mulook, se vio obligado a huir del país como resultado de amenazas cuando, en la ley islámica, se supone que los abogados están protegidos de tales represalias. De hecho, los Pactos del Profeta establecen claramente que a los no musulmanes se les debe proporcionar una representación legal adecuada.
Como dice el Mensajero de Dios en “El Pacto del Profeta Muhammad con los cristianos de Najran,” contenido en la “Crónica de Seert,” así como en “Los Pactos del Profeta Muhammad con los cristianos del mundo,” otorgados a los cristianos de Egipto y del Levante: “Si un cristiano comete un crimen o un delito, los musulmanes deben proporcionarle ayuda, defensa y protección. Deben perdonar su delito y animar a su víctima a reconciliarse con él, urgiéndole a que lo perdone o a que reciba una compensación a cambio.” Lo mismo se estipula en “El Pacto del Profeta Muhammad con los cristianos de Persia:” “Si se descubre que algún cristiano ha delinquido inadvertidamente, los musulmanes considerarán su deber asistirlo, acompañándolo a los tribunales, para que no se le exija más de lo que Dios prescribe, y se restablezca la paz entre las partes en disputa según las Escrituras”.
Diversos medios de comunicación al servicio de las corporaciones aprovecharon la repugnante situación para presentar a los pakistaníes como salvajes. Pero esa es una acusación repudiable ya que la gran mayoría de la población odia profundamente a los takfiritas, wahhabitas, deobandis y barelvis. Son alimañas introducidas en el país por los británicos, Arabia Saudita y los Estados Unidos. Los pakistaníes son sunnitas y chiítas, los hijos de Allamah Muhammad Iqbal, entre los que se encuentran científicos, eruditos y santos. Las rabiosas ratas religiosas no representan a Pakistán ni al Islam.
El veredicto de 56 páginas de octubre de 2018 de la Corte Suprema de Pakistán, escrito por CJP Nisar, con un juicio concurrente escrito por Asif Saeed Khan Khosa, fue un alivio para muchos mientras exasperaba a las bandas de bárbaros que están empeñados en destruir la imagen del Islam en el mundo. El desconsuelo se produjo cuando el gobierno pakistaní decretó la prohibición de que Asia Bibi saliera del país hasta que se revisara el veredicto. Lo que parecía una debilidad por parte de Imran Khan parece haber sido una estratagema política destinada a apaciguar momentáneamente a los caníbales religiosos para dar a Asia Bibi el tiempo y la oportunidad de huir del país. La verdadera cobardía no vino de Pakistán, sino del Reino Unido, que se negó a considerar su solicitud de asilo alegando que podría causar disturbios religiosos en la nación, lo que demuestra que hay bastantes locos misóginos en las Islas Británicas.
Para los islamófobos del Centro Estadounidense para el Derecho y la Justicia y otras organizaciones cristiano-sionistas, Asia Bibi fue víctima de la ley islámica y ejemplo de los cristianos perseguidos en el mundo musulmán. Tales chiflados ignoran convenientemente que las leyes de blasfemia en Pakistán fueron introducidas, no por los pakistaníes, sino por los británicos, y no por los musulmanes, sino por los llamados cristianos. Los británicos, que creían en la ley y el orden, se vieron obligados a aprobar leyes de blasfemia para limitar las acciones de los provocadores misioneros cristianos que deliberadamente insultarían al profeta Muhammad con el fin de causar disturbios, desestabilizando así el país. Dichas leyes de blasfemia, heredadas por los pakistaníes de los británicos estaban destinadas a prevenir la violencia. Con las mismas se pretendía prevenir que personas como Salman Rushdie y otros publicasen cosas que denigrasen al Profeta Muhammad. No obstante, resultaron contraproducentes. Se suponía que iban a prevenir disturbios religiosos pero en realidad los motivaron. Se utilizan para perseguir a las minorías religiosas, como cristianos, chiítas y ahmadíes y para alimentar el fuego de quienes se sienten libres de acosar, amenazar, intimidar y atacar a cualquier persona, acusándoles falsamente de blasfemia.
La llamada cura al conflicto religioso ha demostrado ser cancerígena. Después de todo, ¿cómo pueden considerarse saludables las leyes contra la blasfemia cuando están en clara contradicción con la ley islámica? Como el mismo Abu Hanifah ha dictaminado, “Si un dhimmi (no musulmán protegido bajo el estado) insulta al Santo Profeta, no será asesinado como castigo. Un no musulmán no es asesinado por su kufr (infidelidad) o por su shirk (politeísmo). Kufr y Shirk son pecados mayores que insultar al Profeta.” Aunque algunos juristas creen que la gente puede ser condenada a muerte por blasfemia, rara vez extienden tal castigo a las mujeres. Y quienes lo hacen, dan a las culpables la oportunidad de arrepentirse pidiendo perdón. Al aplicar el Islam, el Profeta Muhammad nos ha enseñado a inclinarnos hacia la compasión y a adoptar el enfoque más moderado: “Haz las cosas más fáciles, no hagas las cosas más difíciles, difunde las buenas nuevas, y no odies” (Bukhari).
Como lo demuestra la evidencia presentada por la Jueza Khosa, si alguien debe ser castigado en el caso de Asia Bibi son sus acusadores, quienes “no tuuvieron ningún respeto por la verdad,” quienes inventaron la afirmación de que ella blasfemó a Muhammad en público y quienes violaron el Pacto del Profeta, el cual se mantiene plenamente vigente. Aunque Asia Bibi insistió en su inocencia, lo cual es suficiente según la ley islámica para liberarla, en los corazones de los lunáticos religiosos no existe piedad. Aunque el Papa Benedicto y el Papa Francisco pidieron clemencia, no hubo misericordia en los corazones de los neandertales religiosos. Aunque 600.000 personas de más de cien países pidieron la liberación de Asia Bibi, no hubo misericordia en los corazones de los primates bípedos. Gritan: “cuélguenla, cuélguenla.” Exigen: “Decapítenla, decapítenla.” Son personas cuyos corazones están llenos de odio y venganza. El Mensajero de Dios advirtió: “Quien no tenga misericordia de la gente no recibirá misericordia de Dios” (Muslim y Haythami).
Por mucho que los cristiano-sionistas aleguen que Asia Bibi fue una víctima del Islam, fue el Islam quien la salvó, ya que el fallo de la Corte Suprema de Pakistán se basó en gran medida tanto en el Corán como en los Hadices. De hecho, prestó mucha atención al Ashtiname, es decir, al “Pacto del Profeta Mahoma con los Monjes del Monte Sinaí” y citó “Los Pactos del Profeta Mahoma con los Cristianos del Mundo,” los cuales rescaté casi del olvido. Esos Pactos sirvieron de evidencia que Asia Bibi estaba protegida por los privilegios del Mensajero de Dios. Como escribió Arnold Yasin Moll, del Instituto Fahm de los Países Bajos, en relación con el caso Asia Bibi: “la erudición salva vidas.” Para el Dr. Craig Considine de la Universidad de Rice, “esto es notable.” En cuanto a mí, no me atribuyo ningún mérito. Fue el Mensajero de Dios ―paz y bendiciones sobre él― quien salvó a Asia Bibi de una muerte segura. Los que protestan contra la decisión del Tribunal Supremo de Pakistán lo hacen contra el propio Profeta Muhammad. Que Dios se apiade de sus almas. O, si los juzgamos de acuerdo a como ellos juzgan a otros, que Dios los condene a todos al infierno.
Imagen: VICE News
* John Andrew Morrow es hispanista e islamólogo, colaborador frecuente de la Revista Biblioteca Islámica.
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