La recreación de la identidad palestina en la diáspora árabe y occidental por José Abu-Tarbush
domingo, agosto 24, 2014
La identidad es una construcción social. No es innata al ser humano, al menos no del todo. Puede ser considerada como una necesidad. De hecho, toda persona posee una identidad. Salvo la biológica, no se nace con una identidad predeterminada. Por el contrario, su dimensión social se hace, se crea o se construye a lo largo de un prolongado proceso de socialización. La identidad tampoco es estática e inamovible. Por lo general suele mostrase cambiante. A lo largo de la vida de un individuo o de un colectivo se registra una sucesión de identidades. Algunos de sus elementos definitorios se mantienen y otros evolucionan. Por tanto, la identidad es fundamentalmente dinámica.
A su vez, la identidad suele construirse en oposición a otra u otras identidades. Existe un “yo” porque existe un “tú”, del mismo modo que existe un “nosotros” porque existe un “vosotros”. Ahora bien, esta contraposición puede ser positiva o negativa. La primera se limita a contrastar las diferencias entre una u otra identidad. Mientras que la segunda no sólo se construye en oposición a otra identidad, sino también negando ésta. La construcción identitaria positiva reconoce las diferencias y, en consecuencia, admite la pluralidad de identidades. Por el contrario, la construcción negativa tiende a negarlas y a rechazarlas.
Por último, la identidad no necesariamente es unidimensional. En las últimas décadas se ha pasado de las identidades simples a las complejas en la misma medida en que las relaciones sociales se han complejizado. La identidad tiene diferentes acepciones y, por tanto, posee diferentes tipos de registros: género, familiar o de clan, religiosa, cultural o étnica, nacional, profesional, económica o de clase, política e ideológica. Es más, en un mundo crecientemente interdependiente y globalizado, de comunicación instantánea entre un rincón y otro del planeta, difícilmente la identidad pueda seguir definiéndose en referencia o sujeta al marco nacional e intraestatal. Cada vez más se trascienden dichas fronteras, articulándose nuevas identidades o recreándose otras preexistentes (por ejemplo, del viejo internacionalismo al actual altermundialismo) y, en definitiva, dando lugar a una nueva dimensión espacial y social de la identidad, la de carácter transnacional.
En síntesis, la idea de identidad de la que se parte en este artículo es, primero, que es básicamente una construcción social; segundo, que es dinámica; tercero, que se construye en contraposición a otra u otras identidades; y, por último, cuarto, que es de carácter multidimensional e incluso transnacional.
Los orígenes del nacionalismo palestino
El nacionalismo como movimiento recreador, articulador y movilizador de la identidad nacional posee una doble acepción: la cultural y la política. La primera suele partir de una larga tradición de índole lingüística, histórica, social y religiosa, mientras que la segunda se asienta sobre un proyecto estatal de ciudadanía, tanto si parte de un mismo bagaje como si no (1).
El origen del nacionalismo palestino sigue el itinerario histórico del mismo movimiento árabe emergente en Oriente Próximo. Registra sus diferentes fases de predominio otomanista, arabista, pansirio y local, siendo esta última vertiente la que finalmente se impuso en toda la región (2). Pese a su inicial atractivo e indudable fuerza movilizadora, el nacionalismo panarabista quedó rebasado por la preponderancia del nacionalismo de base local o estatal. El actual sistema interestatal árabe es su mejor ejemplo.
En el desarrollo del movimiento nacional palestino cabe advertir dos grandes periodos. El primero abarca desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. Esta fase se corresponde con la era del imperialismo europeo, lleno de aventuras y criaturas coloniales, entre las que destacó el sionismo en la región de Oriente Próximo. El movimiento sionista, bajo los auspicios del Mandato británico, protagonizó la colonización judía de Palestina durante el periodo de entreguerras. Frente a sus planes coloniales y a la complicidad neocolonial británica se opuso el movimiento nacionalista árabe-palestino. La versión israelí sobre la emergencia del nacionalismo palestino se reduce, primero, a que es una mera reacción al sionismo y, segundo, a que la identidad palestina es efímera o de muy reciente aparición. En su empeño por conquistar un territorio habitado, el sionismo no sólo acometió la limpieza étnica de la población árabe de Palestina, sino también intentó borrar todo vestigio de su presencia histórica e identitaria.
Sin duda, el proyecto colonial sionista fue un punto central de atención e inquietud del movimiento nacionalista palestino, pero no su creador. La emergencia del nacionalismo palestino es anterior. Responde a un proceso de concienciación nacional y nacionalista en las provincias árabes del Imperio otomano(3). Una vez desaparecido dicho Imperio tras la Primera Guerra Mundial y reemplazado su dominio territorial en Oriente Medio por el europeo era lógico, por tanto, que los movimientos nacionalistas de la región centraran sus demandas en los nuevos poderes coloniales. En el caso del movimiento palestino, además del mandato británico, se sumaba la pugna con el sionismo por el control de su territorio.
El segundo periodo comprende desde la segunda mitad del siglo XX hasta finales de la misma centuria. El punto de inflexión entre ambas etapas es 1948, el año de la catástrofe o Nakba. Durante esta fase tuvo lugar la desaparición de la identidad palestina, pero también su reemergencia. Palestina fue borrada del mapa geopolítico mundial. No había ninguna entidad que pudiera ser señalada como Palestina al igual que antaño, aunque estuviese dominada por un poder foráneo. Su nombre y su lugar en la geografía política universal fue reemplazado por el de Israel. Del mismo modo, su historia fue reescrita por la versión oficial de los vencedores: por el incipiente Estado israelí y por las grandes potencias que apoyaron su emergencia, Gran Bretaña y Estados Unidos principalmente. La existencia palestina, individual y colectiva, fue negada. Para la primera ministra israelí, Golda Meir, no existía ninguna cosa equivalente a palestinos, por lo que llegó a afirmar que: “Ellos simplemente no existen”. Además de negada, la identidad palestina fue suplantada y falseada. El desafío palestino era ingente, afirmar su existencia mediante la reconstrucción de su negada identidad.
La reconstrucción de la identidad palestina
La identidad palestina parte de una doble definición: una generalista y otra particularista. Por una parte, la generalista se asienta sobre las identidades transnacionales del panarabismo y del panislamismo. En esta tesitura, la identidad palestina quedaría englobada dentro del mundo árabe e islámico. Esto es, su referencia identitaria sería de base étnico-cultural (árabe) y socioreligiosa (islámica). En consecuencia, los palestinos son árabes y, en su gran mayoría, musulmanes. Evidentemente, aquí la religión no debe ser entendida como un sistema de creencias, sino como parte del patrimonio cultural. De esta manera se permite la integración de aquellos árabes no musulmanes o, en este caso, de la minoría cristiana existente en Palestina, considerados también como cristianos árabes de cultura islámica.
A su vez, la identidad suele construirse en oposición a otra u otras identidades. Existe un “yo” porque existe un “tú”, del mismo modo que existe un “nosotros” porque existe un “vosotros”. Ahora bien, esta contraposición puede ser positiva o negativa. La primera se limita a contrastar las diferencias entre una u otra identidad. Mientras que la segunda no sólo se construye en oposición a otra identidad, sino también negando ésta. La construcción identitaria positiva reconoce las diferencias y, en consecuencia, admite la pluralidad de identidades. Por el contrario, la construcción negativa tiende a negarlas y a rechazarlas.
Por último, la identidad no necesariamente es unidimensional. En las últimas décadas se ha pasado de las identidades simples a las complejas en la misma medida en que las relaciones sociales se han complejizado. La identidad tiene diferentes acepciones y, por tanto, posee diferentes tipos de registros: género, familiar o de clan, religiosa, cultural o étnica, nacional, profesional, económica o de clase, política e ideológica. Es más, en un mundo crecientemente interdependiente y globalizado, de comunicación instantánea entre un rincón y otro del planeta, difícilmente la identidad pueda seguir definiéndose en referencia o sujeta al marco nacional e intraestatal. Cada vez más se trascienden dichas fronteras, articulándose nuevas identidades o recreándose otras preexistentes (por ejemplo, del viejo internacionalismo al actual altermundialismo) y, en definitiva, dando lugar a una nueva dimensión espacial y social de la identidad, la de carácter transnacional.
En síntesis, la idea de identidad de la que se parte en este artículo es, primero, que es básicamente una construcción social; segundo, que es dinámica; tercero, que se construye en contraposición a otra u otras identidades; y, por último, cuarto, que es de carácter multidimensional e incluso transnacional.
Los orígenes del nacionalismo palestino
El nacionalismo como movimiento recreador, articulador y movilizador de la identidad nacional posee una doble acepción: la cultural y la política. La primera suele partir de una larga tradición de índole lingüística, histórica, social y religiosa, mientras que la segunda se asienta sobre un proyecto estatal de ciudadanía, tanto si parte de un mismo bagaje como si no (1).
El origen del nacionalismo palestino sigue el itinerario histórico del mismo movimiento árabe emergente en Oriente Próximo. Registra sus diferentes fases de predominio otomanista, arabista, pansirio y local, siendo esta última vertiente la que finalmente se impuso en toda la región (2). Pese a su inicial atractivo e indudable fuerza movilizadora, el nacionalismo panarabista quedó rebasado por la preponderancia del nacionalismo de base local o estatal. El actual sistema interestatal árabe es su mejor ejemplo.
En el desarrollo del movimiento nacional palestino cabe advertir dos grandes periodos. El primero abarca desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. Esta fase se corresponde con la era del imperialismo europeo, lleno de aventuras y criaturas coloniales, entre las que destacó el sionismo en la región de Oriente Próximo. El movimiento sionista, bajo los auspicios del Mandato británico, protagonizó la colonización judía de Palestina durante el periodo de entreguerras. Frente a sus planes coloniales y a la complicidad neocolonial británica se opuso el movimiento nacionalista árabe-palestino. La versión israelí sobre la emergencia del nacionalismo palestino se reduce, primero, a que es una mera reacción al sionismo y, segundo, a que la identidad palestina es efímera o de muy reciente aparición. En su empeño por conquistar un territorio habitado, el sionismo no sólo acometió la limpieza étnica de la población árabe de Palestina, sino también intentó borrar todo vestigio de su presencia histórica e identitaria.
Sin duda, el proyecto colonial sionista fue un punto central de atención e inquietud del movimiento nacionalista palestino, pero no su creador. La emergencia del nacionalismo palestino es anterior. Responde a un proceso de concienciación nacional y nacionalista en las provincias árabes del Imperio otomano(3). Una vez desaparecido dicho Imperio tras la Primera Guerra Mundial y reemplazado su dominio territorial en Oriente Medio por el europeo era lógico, por tanto, que los movimientos nacionalistas de la región centraran sus demandas en los nuevos poderes coloniales. En el caso del movimiento palestino, además del mandato británico, se sumaba la pugna con el sionismo por el control de su territorio.
El segundo periodo comprende desde la segunda mitad del siglo XX hasta finales de la misma centuria. El punto de inflexión entre ambas etapas es 1948, el año de la catástrofe o Nakba. Durante esta fase tuvo lugar la desaparición de la identidad palestina, pero también su reemergencia. Palestina fue borrada del mapa geopolítico mundial. No había ninguna entidad que pudiera ser señalada como Palestina al igual que antaño, aunque estuviese dominada por un poder foráneo. Su nombre y su lugar en la geografía política universal fue reemplazado por el de Israel. Del mismo modo, su historia fue reescrita por la versión oficial de los vencedores: por el incipiente Estado israelí y por las grandes potencias que apoyaron su emergencia, Gran Bretaña y Estados Unidos principalmente. La existencia palestina, individual y colectiva, fue negada. Para la primera ministra israelí, Golda Meir, no existía ninguna cosa equivalente a palestinos, por lo que llegó a afirmar que: “Ellos simplemente no existen”. Además de negada, la identidad palestina fue suplantada y falseada. El desafío palestino era ingente, afirmar su existencia mediante la reconstrucción de su negada identidad.
La reconstrucción de la identidad palestina
La identidad palestina parte de una doble definición: una generalista y otra particularista. Por una parte, la generalista se asienta sobre las identidades transnacionales del panarabismo y del panislamismo. En esta tesitura, la identidad palestina quedaría englobada dentro del mundo árabe e islámico. Esto es, su referencia identitaria sería de base étnico-cultural (árabe) y socioreligiosa (islámica). En consecuencia, los palestinos son árabes y, en su gran mayoría, musulmanes. Evidentemente, aquí la religión no debe ser entendida como un sistema de creencias, sino como parte del patrimonio cultural. De esta manera se permite la integración de aquellos árabes no musulmanes o, en este caso, de la minoría cristiana existente en Palestina, considerados también como cristianos árabes de cultura islámica.
Por otra parte, la particularista se define por la historia política específica de los palestinos y de la lectura subjetiva que de la misma hacen éstos(4). La especificidad de la historia contemporánea palestina tiene que ver, a su vez, con la colonización de su territorio, una colonización de asentamiento de población foránea que desplazó a la autóctona, ocupando su lugar y sus propiedades, llegando incluso a falsear su historia. El desplazamiento forzado de los palestinos o simplemente su expulsión directa, a “punta de pistola”, está actualmente documentado. Su veracidad no se pone en duda como en tiempos pasados. Sus fuentes principales no responden sólo a los testimonios directos de los palestinos, sino al trabajo de revisión de la “historia oficial israelí” realizado por los denominados nuevos historiadores israelíes(5). Ahora bien, los testimonios orales palestinos sobre estos trágicos acontecimientos han tenido un indudable valor, tanto en la reconstrucción de la historia palestina como en la recreación de su identidad colectiva. De una generación a otra se han ido sucediendo dichos testimonios. Pero también se ha legado la llave de la casa y el registro de las propiedades que quedaron en Palestina, así como numerosas costumbres que reconstruyeron simbólicamente sus señas de identidad.
La desposesión palestina por las fuerzas coloniales israelíes se centró tanto en sus bienes materiales o tangibles (tierras, aguas, casas, muebles, joyas...) como intangibles (identidad e historia, principalmente). Su dispersión y exilio fragmentó la original comunidad árabe de Palestina en tres grandes bolsas de población. Primero, la que quedó dentro de las fronteras del Estado israelí, los conocidos como árabes-israelíes o, igualmente, los palestinos de 1948. Segundo, la que habitaba el resto del territorio palestino de la Franja de Gaza administrada por Egipto, además de Cisjordania y Jerusalén Este anexionados por Jordania en 1950. Territorios que, en su totalidad, pasarían bajo administración militar israelí desde su ocupación durante la guerra de 1967. Por último, tercero, la que deambulaba por los campos de refugiados de la diáspora instalados en los países árabes limítrofes a Palestina/Israel.
De estas tres grandes agrupaciones de población especial atención merecen los refugiados, sobre todo durante este periodo de reconstrucción de la identidad palestina en los campos de la diáspora. Fruto de la expulsión directa o de la huída forzada, entre unos 750.000 a 800.000 palestinos se transformaron de la noche a la mañana en refugiados(6). Su asiento principal y teóricamente provisional fue establecido en Jordania, Líbano y Siria, países limítrofes a su tierra ahora ocupada. Originarios en su gran mayoría de las aldeas rurales en Palestina, el campesinado palestino sufrió un traumático proceso de descampesinización que no se correspondió precisamente con una dinámica de proletarización. Por el contrario, significó el desarraigo de su medio socioeconómico y político. Su desposesión fue material e identitaria(7). No tenían más bienes que lo puesto y su identidad no gozó de reconocimiento político significativo ni valor jurídico alguno. Su desclasamiento social se expresó en su desplazamiento a la periferia urbana y socioeconómica de las sociedades de acogida. Los refugiados eran el último peldaño en la escala social del Levante árabe.
Particular relevancia adquirió la lectura palestina de su propia situación e historia. En concreto, su marginación y discriminación en los Estados árabes receptores, donde los refugiados fueron objeto de una sistemática exclusión sociopolítica y opresión económica. Su interpretación era que semejantes prácticas de segregación se debían principalmente a su condición de palestinos y no a que, como refugiados, formaban parte del último escalón en la estratificación social de los países receptores. En definitiva, se realizó una lectura política subjetivada, fuertemente nacionalista, en lugar de atender igualmente a la explicación socioeconómica o clasista. De esta manera se contribuyó muy decisivamente a mantener y recrear la identidad colectiva palestina en la diáspora.
La movilización de los recursos comunitarios e identitarios
En contra de lo que comúnmente se cree, no suelen ser los más oprimidos y sin medios de ningún tipo los que tienden a rebelarse. Por el contrario, para protagonizar una movilización colectiva se requiere inexorablemente de recursos. Salvo su identidad, los refugiados palestinos no poseían ningún recurso significativo para emprender una acción colectiva duradera. Sus recursos se reducían a los comunitarios, fruto de su ascendencia campesina principalmente. Tenían en común su experiencia, tanto la más remota en la historia como la más reciente de su tragedia. De un lado, a lo largo de la historia habían logrado hacer frente a situaciones políticas y naturales adversas: la práctica inexistencia del Estado otomano en su entorno, las incursiones beduinas, la injerencia de los recolectores de impuestos y el poder de la clase mercantil; además de los periodos de malas cosechas o de sequía. De otro lado, frente a su más reciente desposesión y dispersión se sobrepusieron con la extensión de sus redes de solidaridad familiar y social, de índole material y moral. En definitiva, los refugiados palestinos compartían un mundo semejante de normas y valores. Sus recursos comunitarios se manifestaron en la reciprocidad de los acuerdos: “hoy por ti y mañana por mi”.
Este espacio comunitario se mostró como una vía de doble dirección. Los campos de refugiados eran a un mismo tiempo una fuente de cuadros políticos y su principal terreno sociopolítico de actuación. La reemergencia del movimiento nacional palestino en la diáspora no se entiende sin esta interacción entre el ámbito comunitario y el político. La esfera comunitaria cumplió una importante función socializadora de las nuevas generaciones palestinas nacidas o educadas en la diáspora. La transmisión de la identidad fue su principal cometido. Entre sus principales agentes socializadores destacó la mujer. No sólo como madres o abuelas, sino también como maestras encargadas de la educación en los campamentos. A medida que la mujer fue desplazándose del espacio privado al público, también fue asumiendo tareas colectivas de creciente responsabilidad(8).
El legado de las señas de identidad era material: la llave de la casa o los documentos de las propiedades dejadas en Palestina. Pero también era enormemente simbólico: el agua procedente de Palestina con el que se lavaba los ojos de los recién nacidos para que fuera lo primero que vieran o el puñado de tierra con el que se enterraba a los fallecidos fuera de Palestina. La pérdida de Palestina contribuyó muy decisivamente a su idealización como paraíso despojado. Los campos de refugiados recrearon su espacio físico y social. La reproducción de Palestina a pequeña escala permitió la reconstrucción de las relaciones sociales y las redes asociativas preexistentes en ese paraíso perdido. Como en su momento señalara Jean Genet:
"La división de los campos palestinos en barrios, reconstruyendo aproximadamente las aldeas palestinas, preservando, trasponiendo en ese lugar una geografía a escala real, no suponía para ellos más que el conservar su acento".
"(…) Pero los viejos de la aldea charlaban entre sí, habían huido llevándose el acento y a veces los litigios, un contencioso. Nazaret estaba aquí; unas callejas más allá, Naplusa y Haifa. Luego el grifo de cobre: a la derecha Hebrón, a la izquierda un barrio de la antigua El Kods (Jerusalén)"(9).
A su vez, desde el ámbito político se emprendió una enorme tarea de movilización social. Entre sus principales cometidos destacaron, de manera eslabonada, los siguientes esfuerzos y gestas. Primero, traducir el descontento y los agravios en una acción colectiva prolongada en el tiempo y en el espacio social del exilio. Segundo, transformar la conciencia nacional, de carácter expresivo y espontáneo, en una auténtica expresión política de corte racional e instrumental. Tercero, dotar a su sociedad de recursos organizativos y comunicativos que rentabilizaran sus potencialidades sociopolíticas. Los incentivos que el reemergente movimiento nacional palestino en la diáspora dispensaba eran tanto materiales como políticos o simbólicos.
El grueso de los refugiados se encontraba inmerso en una estrategia de supervivencia. Sus esfuerzos se invertían más en el espacio privado (individual y familiar) que en el público (colectivo y político). Por tanto, su provisión de incentivos materiales se encontraba entre las prioridades de las organizaciones palestinas nacidas en la diáspora. La asistencia a los refugiados registró un elenco de actividades: empleos, asistencia sanitaria, infraestructura de comunicaciones, subsidios, educación básica e intermedia, becas para estudios superiores o universitarios, sistema de seguridad ciudadana y resolución de litigios familiares y sociales. No menos importantes fueron los incentivos políticos, simbólicos e identitarios: proveer de una identidad nacional a los refugiados, así como de un sentido de dignidad, seguridad y esperanza.
Los refugiados, de origen mayoritariamente rural y campesino, fueron la principal base de apoyo social del renacido movimiento nacional palestino en el exilio. De hecho, el centro de gravedad geopolítico del nacionalismo palestino y de sus guerrillas fue la diáspora. Sus principales bases, tanto cuantitativa como cualitativamente, se ubicaban en los países colindantes a su tierra ocupada, particularmente en Jordania y en el Líbano. Hasta entonces el conflicto de Oriente Próximo era conceptualizado como una controversia interestatal: la árabe-israelí. En esta visión estaba excluida su dimensión nacional. La cuestión palestina era reducida a un problema eminentemente humanitario: el de los refugiados.
Su centralidad en la controversia árabe-israelí desde 1948 ha sido evidente, pero no por su acepción meramente humanitaria, sino principalmente por su significación política. De hecho, los refugiados no han sido integrados como ciudadanos de plenos derechos en los países de acogida. Las principales razones de su exclusión se debían, primero, a que los propios interesados consideraban que su situación era de mera provisionalidad y, por tanto, no deseaban integrarse en un nuevo país, sino que ansiaban regresar al suyo; y, segundo, a que eran percibidos por los Estados receptores como una fuente de inestabilidad política, demográfica, socioreligiosa y económica.
Los refugiados también jugaron ─y juegan─ un importantísimo rol en la recreación de la identidad palestina y, por extensión, en la configuración de su movimiento nacional(10). Durante su primera fase, desde el final del siglo XIX a la primera mitad del XX, el movimiento nacional palestino se caracterizó por su carácter primordialmente urbano, protagonizado por los notables urbanos, los terratenientes, los grandes comerciantes y las familias prominentes (Husseinis, Nashahibis y Khalidis). El campesinado fue excluido de su dirección política, pero no así de la movilización. La segunda fase, desde la segunda mitad del siglo XX (en concreto, desde 1948) hasta finales de la década de los ochenta, la reemergencia de dicho movimiento se basó principalmente en el apoyo social de los refugiados en la diáspora, donde se ubicaba el epicentro de la movilización colectiva palestina. Por último, la tercera fase, desde los años noventa en adelante, el nacionalismo palestino no estaría tan centrado en la afirmación de su reconocida identidad como en la construcción de su entidad nacional.
En esta nueva etapa, el movimiento nacionalista palestino registró un notable giro estratégico: espacial y político. Su principal base de apoyo social y el centro de gravedad de su acción colectiva se desplazaron desde el exilio al interior; esto es, hacía los territorios ocupados de la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. Aunque los refugiados afincados en dichos territorios continuaron siendo una de sus principales sectores sociales de apoyo, también se sumaron los jóvenes urbanos de los barrios y de las clases populares. Paralelamente, se produjo una creciente radicalización en sus filas, fruto del fracaso de proceso de paz, del incremento de los agravios israelíes (colonización y represión, principalmente) y de la merma en la capacidad de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) para hacer frente a la política depredadora del Estado israelí, además del descontento acumulado por su deficitaria gestión.
La emergencia de los movimientos islamistas en el seno de la sociedad palestina expresó esta frustración, además de su paulatina reislamización, que es también un fenómeno común a todo el mundo árabe e islámico. La rivalidad entre nacionalistas e islamistas por granjearse el apoyo de la misma base social y clientelar ha difuminado los contornos de sus respectivos discursos políticos. De hecho, durante la segunda Intifada se ha producido una alianza entre las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa y Hamás, dando lugar al fenómeno del islamonacionalismo o, igualmente, a la fusión entre las ideologías nacionalista e islamista.
La identidad palestina en la diáspora occidental
La presencia de comunidades palestinas en la diáspora occidental se debe básicamente a la emigración. Sus principales puntos de origen son el propio territorio palestino, los países colindantes (Jordania, Líbano y Siria) y, en general, otras zonas de Oriente Medio. Dicha emigración responde a una doble naturaleza: económica y estudiantil. Dependiendo del tipo de emigración tiende a presentar unas pautas u otras de comportamiento sociopolítico. Pese a que la experiencia de la emigración difiere de un país a otro, cabe advertir ciertas regularidades.
La emigración de índole socioeconómica es anterior a la estudiantil. Su veteranía se remonta incluso a finales del siglo XIX, con la emigración árabe al continente americano. También es conocida como la emigración turca a América por ser ésta la nacionalidad que portaban los emigrantes de origen sirio, libanés y palestino que emprendieron la aventura americana(11). Su huella se manifiesta hoy día en la notable presencia de sus descendientes en numerosos países latinoamericanos, entre los que destaca la inmensa descendencia palestina en Chile(12). Además de los testimonios que dejaron sus protagonistas y de los estudios e investigaciones de la que ha sido objeto(13), dicha emigración ha sido igualmente reflejada por la propia literatura latinoamericana: desde las obras del colombiano Gabriel García Márquez hasta las del desaparecido escritor brasileño Jorge Amado(14).
Un efecto colateral de dicha emigración fue el establecimiento de la comunidad árabe en el archipiélago canario entre finales del siglo XIX y principios del XX. Ubicado en el océano Atlántico, en el noroeste del continente africano, a unos 115 kilómetros del Magreb, dicho archipiélago está política y administrativamente constituido como una de las comunidades autónomas del Estado español. Históricamente los puertos canarios han sido una estación de paso en la que repostaban los buques de larga travesía hacia el continente americano. De ahí el origen de su comunidad árabe, pues algunos miembros de su pasaje desembarcaron en las Islas y probaron suerte en las mismas con mayor o menor éxito. Dicha comunidad, de origen igualmente sirio, libanés y palestino, siguió una estrategia de integración socioeconómica muy semejantes a la previamente adoptada por los inmigrantes árabes en América latina(15).
Ambas agrupaciones, pese a su notable diferencia numérica y ubicación geopolítica, pueden ser tratadas de modo semejante debido tanto a sus pautas migratorias como a su posterior comportamiento sociopolítico. Con notable diferencia del resto, la presencia palestina en América latina es la más antigua de las asentadas en los países occidentales. Del mismo modo que la presencia palestina en Canarias es la más veterana de las establecidas en Europa occidental(16). A diferencia de la siguiente oleada migratoria hacia Europa occidental y América del Norte durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, las comunidades palestinas en Latinoamérica y Canarias están formadas principalmente por sus descendientes, dado que sus miembros originarios han ido desapareciendo por razones naturales.
No obstante, existen nuevos miembros originarios de Palestina o, igualmente, de origen palestino, pero procedentes de su entorno geopolítico y cultural árabe, que han ido renovando paulatinamente dichas comunidades con su incorporación a esa ruta migratoria abierta desde entonces. Obviamente, los nuevos inmigrantes no forman parte de la primera oleada inmigratoria, tampoco responden exactamente a sus claves de integración socioeconómica, ni son representativos de las pautas sociopolíticas que siguen el grueso de dichas comunidades. Pese a que son inmigrantes por causas socioeconómicas principalmente, éstas no pueden ser consideradas ajenas del todo a las políticas, dada la creciente implicación entre ambas esferas y a que su emigración se inició en plena efervescencia del conflicto israelo-palestino, esto es, después de 1948. En este sentido, dicha bolsa de inmigrantes resulta más pertinente agruparla con la emigración estudiantil o profesional.
De carácter mucho más reciente, la emigración estudiantil y profesional ha tenido como lugar prioritario de destino América del Norte (Estados Unidos y Canadá) y Europa occidental. Sus originales incentivos migratorios se encuentran en su deseo de formación universitaria y desarrollo profesional. De ahí su denominación, pues ambas motivaciones se entremezclan. En muchos casos, el segundo suele ser un efecto del primero. No son precisamente pocos los estudiantes universitarios que una vez obtenida su formación desean trabajar en los países occidentales donde residen.
En cuanto a sus pautas de comportamiento sociopolítico, la corriente migratoria de carácter económico suele presentar unas señas de identidad nacional más débiles. Este déficit identitario se explicaría, primero, porque una buena parte de sus oleadas migratorias corre en paralelo a la formación de la identidad nacional palestina y, por tanto, no ha vivido directamente este proceso; segundo, porque tiene lugar mucho antes de la efervescencia del conflicto de Oriente Próximo en 1948 y, en consecuencia, muestra una menor implicación sobre el terreno; y, tercero, porque ha estado más centrada en la búsqueda de los bienes materiales (individuales y familiares) que en los políticos (públicos y colectivos).
Por el contrario, la otra corriente migratoria, la de carácter estudiantil y profesional, presenta una mayor solidez en su conciencia nacional por razones justamente inversas. Primero, porque su emigración fue forzada en buena medida por el estallido del conflicto árabe-israelí y la inestabilidad regional que irradió. Segundo, porque sus miembros formaban parte activa del proceso de reemergencia nacional palestina después de la Nakba o catástrofe de 1948. De hecho, en los primeros círculos estudiantiles en Europa se encuentran también algunos de los incipientes núcleos del reemergente movimiento de resistencia palestino, en concreto, de al-Fatah. Como señaló uno de sus desaparecidos dirigentes, Jaled al-Hassan:
"Descubrimos que dondequiera que hubiera una concentración de palestinos en ese tiempo, entre 1958 y 1962, había un movimiento palestino. Así Hani [su hermano menor, Hani al-Hassan], por ejemplo, y su grupo estaban formando un movimiento en Alemania. Hamdan estaba formando un movimiento en Austria. Kawkaban estaba formando un movimiento en España (…)"(17).
Tercero, porque su inversión privada en la formación universitaria era, a su vez, un reflejo de su principal centro de preocupaciones e inquietudes políticas. En realidad, durante este periodo existió una tendencia en el movimiento estudiantil palestino en Europa a primar los asuntos públicos y colectivos por encima de los individuales y familiares. Era una etapa de formación académica y profesional, pero también, no precisamente menos, de formación extraacadémica, dada la gran efervescencia política e ideológica del momento. De aquí saldrían numerosos cuadros y futuros dirigentes de la OLP. Cabe recordar, por ejemplo, que algunos de estos jóvenes estudiantes y militantes en España serían luego representantes o embajadores palestinos en varios países latinoamericanos(18).
Dada su temprana andadura en el tiempo, las comunidades palestinas originadas por la emigración socioeconómica están actualmente formadas en su gran mayoría por los descendientes de sus pioneros. La menor conciencia nacional de sus fundadores, así como su inversión en los bienes materiales e inmersión en las tareas individuales y laborales, se manifestó en las siguientes generaciones con la pérdida gradual de los ingredientes básicos de la identidad, en particular, la transmisión cultural de la lengua árabe. Paradójicamente, han sido precisamente sus descendientes, con un nuevo estatus de integración social y económica en las sociedades receptoras, quienes han protagonizado la recuperación de las señas de la identidad palestina en la diáspora occidental o, igualmente, fuera del entorno geopolítico y cultural árabe.
Debido a su más reciente aparición temporal, las comunidades palestinas formadas por la emigración estudiantil y profesional están constituidas mayoritariamente por sus miembros originales. Aunque dado su inicial asentamiento en el tiempo, que remite a los años cincuenta y sobre todo a las décadas de los sesenta y setenta en adelante, sus descendientes ocupan un espacio cada vez más amplio en dichas comunidades; y es previsible que esta tendencia aumente en un futuro próximo. A diferencia de las de origen económico, las comunidades de ascendencia estudiantil y profesional presentan una mayor y más clara conciencia nacional y nacionalista. Sus miembros invirtieron sus energías y tiempo no sólo en las tareas privadas (estudios universitarios y desarrollo profesional), sino también en las públicas y colectivas. Sus simpatías ideológicas y militancia política en los diferentes grupos de la resistencia palestina son notorios y ampliamente conocidos.
Su integración y la de sus descendientes en las sociedades receptoras no presentan ninguna dificultad digna de reseñar. Por el contrario, su capital académico y profesional ha facilitado muy significativamente dicha integración. En la transmisión de la identidad a sus descendientes han tenido mayor éxito que las comunidades de origen socioeconómico. Pero no puede afirmarse que su experiencia haya sido enteramente exitosa. Primero, porque es un proceso todavía en formación y, por tanto, está aún sin concluir. Segundo, porque, de momento, la tendencia más visible reside en transmitir con mayor eco intergeneracional su identidad política (causa palestina) que cultural (lengua árabe). Y, por último, tercero, porque su legado no depende sólo de las tendencias comunitarias, sino también familiares, de matrimonios entre miembros de la misma nacionalidad o, en este caso, árabes; o bien de parejas de nacionalidad mixta.
Por su parte, la recreación de la identidad palestina entre las comunidades de origen socioeconómico presenta algunas peculiaridades. Por lo general, existe una tendencia a la idealización de la palestinidad. Todo lo relacionado con Palestina es objeto de una valoración muy positiva. En algunos casos, la exaltación de la palestinidad se realizada en detrimento de la arabidad. Se asume la condición o el origen palestino, pero no de manera igualmente entusiasta el origen árabe. Aparentemente resulta contradictorio, pero admite cierta explicación. La idealización de lo palestino se relaciona directamente con la condición de pueblo víctima u oprimido, al mismo tiempo que heroico y resistente, con un fuerte atractivo emocional e incluso romántico. Mientras que el menosprecio de lo árabe es fruto de la identificación con sus regímenes políticos, considerados muchas veces como traidores a la causa palestina. Sin olvidar, por último, y por paradójico que resulte, la reproducción por los propios descendientes de árabes asentados en Occidente de los prejuicios existentes en las sociedades occidentales acerca de lo árabe e islámico en general.
Mayor armonía entre la arabidad y la palestinidad presentan las comunidades de ascendencia estudiantil y profesional. Su conocimiento personal y directo del medio de origen brinda a sus miembros una mayor dosis de realismo con el mundo palestino. Por tanto, presentan una menor idealización, fruto de esa cercanía. Es más, en no pocos casos sucede justo lo contrario a la idealización de las comunidades de descendientes; esto es, existe una mayor tendencia al descontento y a la decepción. Este equilibrio en su valoración de la palestinidad también se manifiesta en su mayor apego y aprecio de la cultura árabe e islámica. Suelen ser críticos con sus sociedades y, sobre todo, sus Estados, pero tienden a adoptar una actitud más defensiva ante los prejuicios y estereotipos existentes en la sociedad occidental respecto al mundo árabe e islámico.
En definitiva, de la observación sobre las pautas identitarias de las comunidades de origen económico, formadas mayoritariamente por sus descendientes, puede concluirse lo siguiente. Primero, la identidad palestina es más política que cultural. Se tiende a asumir la palestinidad (causa política), pero no tanto o del mismo modo la arabidad (la lengua árabe o, simplemente, sus costumbres; sin olvidar la religión islámica que no siendo sinónimo de la arabidad, tampoco es ajena a la misma). Segundo, es una identidad de referencia antes que de pertenencia. La cuestión palestina guía sus pautas sociopolíticas, aunque no militen ni pertenezcan a ninguna de sus organizaciones, y tampoco estén directamente implicados en el conflicto in situ. Por último, tercero, es una identidad de carácter más transnacional que nacional. Se asume la palestinidad al mismo tiempo que se posee otra identidad, ya sea latinoamericana o española. Por tomar un ejemplo cercano, se es chileno y palestino a un mismo tiempo. En esta tesitura, la palestinidad no se entiende tanto como una nacionalidad concreta o determinada, sino como un ejercicio de alteridad y solidaridad con mayor implicación y sensibilidad por la cercanía de su origen y familiaridad.
A su vez, el patrón de conducta identitario de las comunidades de origen estudiantil y profesional presenta unas pautas diferentes. Primero, la identidad palestina es tanto cultural como política. Se es árabe y palestino al mismo tiempo, no se entiende lo uno sin lo otro ni viceversa. Segundo, la identidad palestina es paralelamente de pertenencia y de referencia. Se pertenece política y culturalmente a dicha sociedad y se tiende a orientar el comportamiento sociopolítico por la misma. Pese a la lejanía física, la militancia o simplemente la simpatía con alguna de las organizaciones palestinas ilustra claramente esta pauta. Tercero, y último, es una identidad nacional antes que transnacional. No se ejerce la alteridad ni solidaridad con uno mismo, sino que se demanda la empatía y solidaridad de los otros.
A modo de conclusión: el poder de la identidad
La reemergencia de la identidad palestina después de la Nakba en 1948 se debió principalmente a sus comunidades en la diáspora, y muy especialmente a los refugiados agrupados en los países limítrofes a Palestina/Israel. La centralidad del problema de los refugiados en el conflicto de Oriente Próximo desde entonces es evidente. De hecho, sigue siendo hasta la fecha unos de los principales temas de controversia en las conversaciones israelo-palestinas e incluso en el seno del movimiento palestino. De un lado, Israel siempre se ha opuesto al retorno de los refugiados a sus hogares, dado que ha confiscado sus tierras, casas y aldeas, en donde se establecieron los colonos judíos; y, además, teme que su regreso socave demográficamente los cimientos judeo-sionistas de su Estado. De otro lado, es bastante considerable el temor de los refugiados a que dicho asunto sea sacrificado en el altar de un futuro entendimiento entre Israel y la ANP. Es más, el giro estratégico y geopolítico de la OLP durante la última década así lo vaticina, pero sobre todo su debilidad en la escena regional e internacional que le obligaría a plegarse a las exigencias israelíes y estadounidenses.
Los refugiados palestinos de 1948 fueron la principal base de apoyo social en la que se asentó la acción colectiva palestina durante los años sesenta, setenta y ochenta. También fueron los principales promotores en la reemergencia de la identidad nacional palestina y de su movimiento nacionalista tras la práctica decapitación de su movimiento predecesor de entreguerras en 1939 y la catástrofe de 1948. Dicho en otros términos, varias generaciones de refugiados realizaron enormes sacrificios y expusieron sus vidas en aras de la liberación de su tierra, el reconocimiento internacional de su causa y de su movimiento nacional. Sin embargo, el agotamiento del repertorio estratégico de la OLP en la diáspora, ilustrado con su salida de Beirut en 1982, introdujo un cambio significativo en el seno del movimiento nacional palestino, que sólo se reflejaría años después con el inicio de la primera Intifada a finales de 1987.
El epicentro de la movilización colectiva palestina había pasado desde el exterior al interior, al mismo tiempo que se renovaban las principales bases de apoyo social de la OLP. Los refugiados de los campos de la diáspora pasaron a ocupar una posición marginal después de cerca de tres décadas de continuos sacrificios y vidas segadas. Ahora su puesto histórico en la liberación de Palestina era protagonizado por los refugiados establecidos en los territorios ocupados de 1967 y los jóvenes urbanos de barrios y clases populares, junto al grueso de la sociedad palestina de la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental.
A su vez, la pérdida de peso político de la OLP en la arena internacional y, por extensión, en sus conversaciones de paz con Israel hicieron temer a los refugiados lo peor, que su causa y sacrificios, epicentros de la cuestión palestina a lo largo de tres décadas, fueran relegados a un segundo plano e incluso al olvido ante un posible pacto entre la OLP e Israel. De ahí que se pueda advertir los siguientes escenarios. Primero, de expectativas muy positivas, a la espera de una solución justa de la cuestión palestina y, por extensión, del problema de los refugiados. Pero nada en el panorama político regional ni mundial augura la confirmación de esta opción. Segundo, de arreglo, que sería una opción intermedia (esto es, a medio camino entre su justa resolución y su prolongada irresolución), en la que un pequeño número de refugiados, de carácter simbólico, podría retornar a sus hogares y el grueso restante sería compensado. Fórmulas semejantes se han barajado en las negociaciones, por lo que parece bastante posible su adopción. Por último, tercero, de olvido, en la que los refugiados no sólo no podrían retornar a sus hogares, sino que tampoco serían compensados ni integrados en sus respectivos países de acogida. Esta opción no es nada descabellada, dada la histórica oposición israelí al cumplimiento de la resolución 194 de las Naciones Unidas, y su negativa a reconocer y asumir su responsabilidad en el problema de los refugiados palestinos.
Por tanto, las más previsibles opciones, ya sea la intermedia o la del olvido, no lograrían satisfacer las demandas de los refugiados ni acabarían de manera justa y ecuánime con su problema. De aquí que tampoco sea nada exagerado el pensar en nuevas formas identitarias que podrían recrear los refugiados y sus descendientes nacidos y educados en los campos de la diáspora. Dado que no pueden participar del proyecto nacional palestino en su versión minimalista, materializado sobre una pequeña porción de su territorio, es igualmente previsible su alejamiento de la ANP. Su descontento y decepción ante su impotencia o posible pacto con Israel llevaría a los refugiados a redefinir las bases de su identidad, en contraste con una entidad que no satisface sus demandas ni les representa por más tiempo. La retirada de la legitimad a la OLP/ANP supondría su desplazamiento hacia nuevas opciones y organizaciones políticas, entre las que destacaría fórmulas transnacionales como el islamismo o, más concretamente, el islamonacionalismo.
En cualquier caso, una definición flexible de la identidad palestina permite la movilización de todos sus recursos humanos, ya estén ubicados en los territorios palestinos, en los países árabes de su entorno o en las sociedades y Estados occidentales. De algún modo u otro, todos somos palestinos. La cuestión palestina, siendo un problema nacional, rebasa el marco de una determinada nacionalidad para reubicarse en la transnacionalidad de todas aquellas personas deseosas de que se haga justicia con uno de los mayores agravios de la historia contemporánea.
La identidad es una fuente de poder en el siglo XXI. Se trata de un poder en movimiento que no requiere de un territorio fijo. Las comunidades palestinas, donde quieran que estén, pueden seguir explorando todas sus posibilidades de organización y comunicación ante las transformaciones suscitadas en la era de la información. Su larga experiencia de exilio les dota de un considerable bagaje y de una notable capacidad de adaptación a los nuevos tiempos y entornos geopolíticos cambiantes19. En conclusión, es previsible nuevas formas de movilización y actuación colectiva en la amplia y heterogénea diáspora palestina, que actúe como red transnacional con una fuerte presión en tres ámbitos: uno, en las sociedades y Estados receptores de las comunidades palestinas; dos, en la sociedad internacional estatal y en la sociedad civil global; y, tres, en el propio seno nacional palestino, tanto en su sociedad civil como política.
Notas:
1-Véase Andrés de Blas Guerrero: Nacionalismo e ideologías políticas contemporáneas. Madrid: Espasa-Calpe, 1984.
2-Muhammad Muslih: The Origins of Palestinian Nationalism. New YorK: Columbia University Press, 1988.
3-Rashid Khalidi: Palestinian Identity: The Construction of Modern National Consciousness. New York: Columbia University Press, 1997.
4-Naseer H. Aruri y Samih Farsoun: "Palestinian Communities and Arab Host Countries", Khalil Nakhleh y Elia Zureik: The Sociolog of the Palestinians. London: Croom Helm, 1980, pp. 112-146.
5-Con esta referencia se alude a un grupo de académicos israelíes que, heterogéneo en el alcance de sus conclusiones, han revisado la historia oficial sionista en torno a la creación del Estado de Israel y la emergencia de la cuestión palestina. Sin ánimo exhaustivo cabe mencionar algunas de las obras más relevantes. Tom Segev: The First Israelies. Nueva York: The Free Press, 1986. Avi Shlaim: Collusion Across the Jordan: King Abdullah, the Zionist Movement, and the Partition of Palestine. Oxford: Clarendon Press, 1988. Ilan Pappe: The making of the Arab-Israeli Conflict, 1847-51. London: I. B. Tauris, 1992. Benny Morris: The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 19471949. Cambridge: Cambridge University Press, 1987. Benny Morris: 1948 and After: Israel and the Palestinians. Oxford: Clarendon Press, 1990. Avi Shlaim: The Iron Wall: Israel and the Arab World. New York: W.W. Norton & Company, 2000 [El muro de hierro: Israel y el mundo árabe. Granada: Almed, 2003].
Véase Nur Masalha: Políticas de la negación. Israel y los refugiados palestinos. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2005.
Véase Nur Masalha: Políticas de la negación. Israel y los refugiados palestinos. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2005.
6-Véase el trabajo clásico sobre los refugiado de Rosemary Sayigh: Palestinians: Fron Peasants to Revolutionaries. London: Zed Books, 1979.
7-Julie M. Peteet: Gender in Crisis: Women and the Palestinian Resistance Movement. New York: Columbia University Press, 1991.
8-Jean Genet: Un cautivo enamorado. Madrid: Editorial Debate, 1988, pp. 86-87.
9-Véase José Abu-Tarbush: La cuestión palestina: identidad nacional y acción colectiva. Madrid: Eurolex, 1997.
10-Karpat, K. “The Ottoman Emigration to America, 1860-1914”, International Journal of Middle East Studies, 17, 1985, pp. 175-209.
11-Eugenio Chahuán: "Presencia árabe en Chile", Revista Chilena de Humanidades, 1983, núm. 4, pp. 33-45; y Myriam Olguín Tenorio y Patricia Peña González: La inmigración árabe en Chile. Santiago de Chile: Instituto Chileno-Árabe de Cultura, 1990.
12-Una visión global de la misma se encuentra en VV.AA.: El mundo árabe y América Latina. Madrid: Ediciones UNESCO & Libertarias/Prodhufi, 1997.
13-Quien quizás cuenta con el título más específico de todos, véase Jorge Amado: De cómo los turcos descubrieron América. Barcelona: Ediciones B, 1995.
14-José Abu-Tarbush: “Los árabes en Canarias: Breve historia de una azarosa emigración y su particular integración” Aguayro, núm. 203, 1993, pp. 15-18.
15-Véase José Abu-Tarbush: "La comunidad palestina en España", en Ignacio Álvarez-Ossorio e Isaías Barreñada (coords.): España y la cuestión palestina. Madrid: Los Libros de la Catarata y Ministerio de Asuntos Exteriores, 2003, págs. 217-254.
16-Declaraciones recogidas en Helena Cobban: La Organización para la Liberación de Palestina. Pueblo, poder y política. México: Fondo de Cultura Económica, 1989, p.
17-Véase José Abu-Tarbush, "El movimiento estudiantil palestino: su recepción en España", Sadaqa, núm. 2, 1994, págs. 16-19.
18-Véase Manuel Castells: La era de la información: economía, sociedad y cultura. Vol. 2: El poder de la identidad. Madrid: Alianza Editorial, 1988.
Fuente: Revista Cuadernos de Estudios Árabes, N 1, 2005, Facultad de Filosofía y Humanidades, Centro de Estudios Árabes, Universidad de Chile.
0 comentarios
No se permite bajo ningún criterio el lenguaje ofensivo, comente con responsabilidad.