Reseña del libro "Algazel: sufismo entre Descartes y el Islam"

viernes, diciembre 06, 2013




Por Carlos Javier González Serrano 

Trotta acaba de publicar un librito (apenas 100 páginas al accesible precio de 10 euros), en su siempre tentadora colección Pliegos de Oriente, de uno de los maestros musulmanes más respetados no sólo por quienes compartieron -y comparten, puesto que sus escritos siguen constituyendo una auténtica referencia en la actualidad- su religión, sino también por filósofos y pensadores de todo signo y adscripción. Me refiero a Algazel (Abu Hamid al-Gazali, 1058-111), contemporáneo de algunas de las figuras más importantes del pensamiento oriental, como el caso, por ejemplo, de Omar Jayyam.
La persona inteligente conoce la verdad y luego considera la locución misma, y si es verdad, la acepta tanto si el que la profiere es verdadero como si es mendaz.
Sólo una fue la meta de Algazel en vida, tras sufrir una crisis o iluminación espiritual que le empuja a abandonar definitivamente su trabajo en Bagdad y peregrinar a la Meca. Tal meta no será otra que la búsqueda de la verdad y la certeza. Si leemos las líneas inaugurales de El salvador del error. Confesiones (en magnífica traducción del profesor Emilio Tornero), al lector avanzado no dejará de sorprenderle la semejanza de la argumentación de Algazel con los primeros compases del Discurso del método de Descartes. Comparemos, por un momento, algunas de sus afirmaciones. Digamos algo a este respecto.

Algazel comienza la obra dirigiéndose a alguien -un discípulo, imaginamos, “hermano en la religión”-, que le ha solicitado orientación sobre “el fin y los secretos de las ciencias y sobre las profundidades y honduras de las doctrinas de las distintas escuelas”. Y a tal tarea se entrega sin dilación, no sin antes esbozar su particular “método”, que, como digo, tanto le acerca en el fondo y en la forma a Descartes (¿acaso pudo tener acceso el pensador francés a la obra de Algazel, dos autores separados por un cisma temporal de más de cuatro siglos?).
El cometido de Algazel no es otro que el de poner “en claro la verdad entre el desorden de las sectas con sus diferentes vías y métodos”. Pero no sólo eso, es decir, Algazel no persigue un mero objetivo doctrinal, imponer su verdad sobre las demás, sino analizar tales “vías y métodos” y, tan sólo después, evaluar la certeza o falsedad de su religión. Este prolífico pensador (se dice que escribió más de 70 obras, que tanto influyeron en el mundo medieval, tanto de corte musulmán como cristiano, sobre todo en Tomás de Aquino) es claro al respecto:

Mi ánimo me movió a buscar la verdadera naturaleza originaria, la verdad de las creencias que provienen de seguir ciegamente a los padres y maestros y el discernimiento entre estas creencias recibidas cuyos principios son dictados desde fuera del propio individuo.
Perplejo ante la inmensidad de conocimientos que no habían sido examinados “críticamente” por Algazel, pero que sin embargo había aceptado “ciegamente”, el sabio se propone un claro punto de partida:
Me dije entonces: “Primeramente debo buscar el conocimiento de las verdaderas naturalezas de las cosas, pero para ello es preciso buscar la verdadera naturaleza del conocimiento, ver en qué consiste éste”.

Vemos, pues, qué magnífica y llamativa similitud encierran los presupuestos de Algazel -que desea conocer la verdad de las cosas (para lo que será necesario examinar las fuentes de nuestro conocimiento)- con los de Descartes en Discurso del método (cuyo subtítulo, no lo olvidemos, reza “Para dirigir bien la razón, y buscar la verdad en las ciencias”). Leamos al francés por un momento:
Mas por el hecho de que yo deseaba entonces ocuparme exclusivamente en la investigación de la verdad, pensé que era necesario que hiciese todo lo contrario y rechazara como absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si después de esto no quedaba en mi ciencia algo indubitable [y por ello] me resolví a suponer que todas las cosas que habían penetrado en mi espíritu eran tan falsas como las ilusiones de mis sueños (Discurso del método, IV).

Un asunto, el de los sueños, al que por cierto también hace alusión Algazel: cuando éste se pregunta qué “árbitro” puede haber más allá de la percepción y de la razón para juzgar sobre la verdad de las cosas, nos explica que entonces se quedó “un tiempo sin saber qué responder y el ejemplo del sueño afirmó aún más mi perplejidad”:
¿No me veo en sueños dando crédito a una serie de cosas e imaginando situaciones, creyéndolo todo firme y decididamente, sin dudar, y luego cuando despierto, me doy cuenta de que todas aquellas cosas a las que daba crédito no tienen ningún fundamento ni valor?
Ambos llegarán, aparentemente, a la misma conclusión, esto es, a que de algún modo cualquiera de nuestras ideas debe tener en el fondo algún fundamento de verdad. Será tarea del lector, en un entretenido y nada ocioso ejercicio de lectura y estudio, discernir en qué se diferencian ambas concepciones, tan lejanas en el tiempo, pero tan hermanadas por el mismo espíritu.
Hay que tener en cuenta, desde luego, que Algazel habla desde la religión (¡demasiado atrevidas parecen ya sus palabras!, si tenemos en cuenta la época en la que escribe El salvador del error. Confesiones), mientras que Descartes llegará a Dios más como necesidad de fundamento que como elemento meramente dogmático. Sin embargo, como explica el profesor Emilio Tornero en la excelente “Introducción” de este pequeño tesoro bibliográfico,
Algazel se lanzó de lleno al estudio de la Filosofía, al parecer por su propia cuenta y riesgo, recurriendo exclusivamente a lecturas. Su objeto era entenderla primero para refutarla después.
Incluso llegó a redactar un libro, intitulado Destrucción de los filósofos, en el que nuestro protagonista se dedicó a criticar los presupuestos de los propios filósofos desde la religión islámica. Pero, y he aquí el valor indiscutible de la obra de Algazel, de lectura obligada para cualquier persona interesada en el nunca bien conocido desarrollo de la historia de la Filosofía:
La posición ecléctica y moderada de Algazel le llevó a no negar totalmente la Filosofía, pues en sus críticas a los filósofos se sitúa en su mismo terreno, ya que combatirá sus argumentos desde las exigencias de una razón depurada, no dejándose llevar, pues, por el escepticismo exagerado de la ortodoxia islámica.
Y es que, para terminar, leamos las maravillosas palabras de Algazel al comienzo de El salvador del error. Confesiones, donde nos transmite su auténtica e irrenunciable vocación:
La sed por conocer las verdaderas naturalezas de las cosas ha sido mi costumbre y mi hábito desde un principio y desde la flor de mi vida. Ha sido como un instinto y como una predisposición innata puesta por Dios en mi naturaleza, no debida a elección o a industria mía, para que se me desatara el nudo de imitación ciega y para que se me resquebrajaran las creencias heredadas.

Fuente: http://revistatarantula.com/algazel-sufismo-entre-descartes-y-el-islam

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