EL CONCILIO VATICANO II, ¿UNA UTOPÍA? por Juan José Tamayo
lunes, noviembre 19, 2012
![]() |
Imagen: Internet |
Texto
de la conferencia prohibida por el arzobispo-cardenal Lluis Martínez Sistach en
la parroquia Sant Medir y pronunciada en la sede de Ezquerra Republicana de
Catalunya, de Barcelona, el 11/10/212
JUAN
JOSÉ TAMAYO
Agradecimientos
Buenas noches a todas y a
todos. Deseo expresar mi agradecimiento a la parroquia de Sant Medir por su
invitación a pronunciar esta conferencia sobre el Concilio Vaticano II
coincidiendo con el 50 aniversario de su inauguración, que tuvo lugar el 11 de
octubre de 1962. Quiero personalizar el agradecimiento en la persona de mi
entrañable amigo el párroco Enric Subirá por haberme invitado en fecha y tema
tan señalados y por la generosa presentación, elogiosa valoración y excelente
síntesis que acaba de hacer de mí persona y del libro Invitación a la utopía (Trotta, 2012).
No sé si tendría que hacer extensivo el
agradecimiento al arzobispo de Barcelona cardenal Lluis Mª Martínez Sistach,
quien ha prohibido la celebración de esta conferencia en lugar “sagrado”, sin
diálogo previo ni con la comunidad parroquial ni conmigo, y sin dar razones de
la prohibición. Esta actitud es la mejor muestra de autoritarismo, contrario al
espíritu de diálogo del Concilio Vaticano II, y de la imposición del pensamiento
único en la Iglesia católica. Quizá la prohibición haya contribuido a difundir
esta conferencia, que cuenta con la nutrida presencia de todas vosotros y
vosotras, más de doscientas personas.
Porque
la prohibición arzobispal-cardenalicia no ha podido impedir que la conferencia
se pronunciara, sino que ha posibilitado su celebración en la sede de Ezquerra
Republicana de Cataluña (ERC), a quien agradezco nos haya abierto sus puertas
de par en par y nos haya acogida tan generosamente. De nuevo se ha hecho
realidad el refrán: “cuando una puerta de cierra, otra se abre”. Hago extensibles mi agradecimiento a todas y
todos los asistentes que llenáis esta sala y habéis mostrado vuestra sintonía y
apoyo.
Permítanme
todavía otra reflexión previa. En la parroquia de Sant Medir nacieron en 1964
las Comisiones Obreras de Cataluña. Entonces la iglesia era espacio de libertad
y lugar de hospitalidad. Hoy se prohibe a un teólogo y profesor universitario
hablar en el mismo lugar. Con esta actitud, la jerarquía católica –o al menos
una parte de la misma- demuestra que es contraria a la libertad y ha dejado de
ser hospitalaria. Es la mejor prueba de la involución eclesial, del abandono de
la senda del diálogo y del rechazo del pluralismo. .
Hechas estas observaciones, voy a indicar el itinerario a
seguir en esta conferencia. Primero expondré los avances y las
aportaciones que tuvieron lugar en el
aula conciliar y en los documentos del Vaticano II, a veces a contra corriente
de la Curia romana y de los sectores más conservadores del episcopado mundial -entre los que se
encontraba la mayoría de los obispos españoles, ubicados políticamente en el
nacional-catolicismo, teológicamente en la neoescolástica, éticamente en la
casuística estrecha y en la moral represiva-. A continuación me referiré a los
silencios más llamativos que Pablo VI, papa muy dubitativo, impuso en el
Concilio a los obispos en torno a temas
entonces, y todavía hoy, tabúes en la iglesia católica.
Abordaré
también los límites en los que se desarrolló: el Concilio no fue tan ecuménico
y universal como se presentaba, sino que se caracterizó por la mirada
eurocéntrica, y por tanto sesgada, de la realidad social y del propio
cristianismo.
Un elemento que creo nuevo
en mi análisis del Concilio es la idea de que tanto los silencios y los olvidos
como los límites ponen de manifiesto que la involución comenzó a incubarse en
el propio Concilio Vaticano II y dio lugar, a principios de los setenta del
siglo pasado, al largo invierno eclesial con los rigores del frío que todavía
estamos padeciendo. Es, por eso, que afirmo a continuación posteriormente que
hay razones para la Indignación.
Pero no me quedo en las
razones que justifican el malestar de muchos cristianos y no cristianos
interesados por la significación del fenómeno religioso. Aporto también razones
pensar y construir el futuro del cristianismo con esperanza, a partir de las
experiencias liberadoras que se dan dentro y fuera del cristianismo. Dicho
futuro exige tener en cuenta los nuevos desafíos a partir de los cuales ofrecer
la propuesta de otro cristianismo posible ¡y necesario! en la oscuridad del
presente.
Reforma
moderada de la Iglesia y diálogo con la modernidad
El Concilio Vaticano II
fue una corta primavera, a la que siguió
un largo invierno que dura ya más de cuarenta. No fue un punto de llegada,
sino de partida, que enseguida se abandonó para seguir otra dirección. Llevó a
cabo una reforma moderada de la Iglesia católica, sin llegar a ser una
revolución, ni un cambio de paradigma. Y si se produjo una revolución o un
cambio de paradigma, nunca se llevó a la práctica o se quedó a medio camino.
Hubo, ciertamente, cambios importantes. Negarlos, sería
muestra de ceguera y falta de rigor en el análisis. He aquí algunos:
. De la Iglesia como sociedad perfecta a la Iglesia
como comunidad de creyentes
. Del mundo como enemigo del alma, junto con el
demonio y la carne, al mundo como espacio privilegiado donde vivir la fe
cristiana.
. De la condena y del anatema contra la modernidad y
las religiones no cristianas, al diálogo multilateral: con el mundo moderno, la
ciencia, cultura, el ateísmo, etc., superando etapas anteriores de
enfrentamientos y alejándose de las actitudes de los propios cristianos “que,
seguidas de agrias políticas, indujeron a muchos a establecer una oposición
entre la ciencia y la fe” (GS 36).
. De la condena de los derechos humanos como
contrarios a la ley natural, a la ley de Dios y a los derechos de la Iglesia,
al reconocimiento de la cultura de los derechos humanos proclamados en la
Declaración Universal de la ONU en 1948 y recogidos por el concilio en la
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual.
. De la condena de la secularización como contraria
al cristianismo, a la defensa de la misma entendida como autonomía de las
realidades temporales en cuyo clima es necesario vivir la experiencia religiosa.
Dice el Vaticano II: “Todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y
bondad previas y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con
el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte”
. De la Iglesia “siempre la misma”, inmutable, a la
Iglesia en permanente reforma, asumiendo implícitamente el principio luterano
de “Ecclesia semper reformanda”.
. Del integrismo católico al respeto a otras
creencias.
. Del autoritarismo “piano” al conciliarismo (dos
tipos de concilios en la IC: papalistas y conciliarista). Este quiso ser
conciliarista en la voluntad de Juan Pablo II, terminó siendo papalista en su
interpretación posterior y en su falta de aplicación
. De la Contrarreforma a la Reforma
. De la Cristiandad al Cristianismo
. De la pertenencia a la Iglesia como condición
necesaria para la salvación, a la libertad
religiosa como derecho humano fundamental.
Pero
se mantuvieron intactas la estructura piramidal y la organización patriarcal
A pesar de los cambios, la
estructura jerárquico-piramidal y la organización patriarcal se mantuvieron
intactas. A pesar de definir a la Iglesia como pueblo de Dios y de acentuar la
igualdad de todos los cristianos por el bautismo, el Vaticano II ratificó la
“constitución jerárquica de la Iglesia y particularmente el episcopado” y
propuso “la institución, perpetuidad, fuerza y razón del ser del sacro primado
del Romano Pontífice y de su magisterio infalible… como objeto firme de fe a
todo” (Constitución “Luz de las gentes”, capítulo 3) apelando a Cristo como
base de dicha estructura y por tanto
inmodificable. El mantenimiento de la estructura jerárquico-piramidal y de la
organización patriarcal hizo imposible la reforma de la Iglesia.
La
propia colegialidad de los obispos, que parecía una aportación fundamental del
concilio se vio neutralizada por la Nota explicativa
previa, impuesta por Pablo VI, que aparece al final de la Constitución “Luz
de las gentes” y refuerza el poder papal, se vacía de contenido al vincularla
con el Romano Pontífice. La nota aludida dice que no existe igualdad entre la
cabeza y los miembros del colegio episcopal. “El carácter de miembro del
colegio –afirma- se adquiere por la consagración episcopal y por la comunión
jerárquica con la Cabeza –en el Vaticano II, siempre con mayúscula- y y con miembros
del colegio”.
Tampoco
el diálogo que defendió el Vaticano II fue real y auténtico. Fue un diálogo de
mitrados, en torno a 2500 de todo el mundo que solo se representaban a sí
mismos, con la exclusión del resto de católicos –laicos, laicas, sacerdotes,
religiosos, religiosas…- mayoría
silenciada, y muy especialmente las mujeres. Ciertamente, el diálogo no es
simétrico, sobre todo dentro de la Iglesia y con las Iglesias cristianas.
Veámoslo.
Dentro de la Iglesia el propio Concilio sigue
manteniendo la estructura vertical clérigos-laicos, jerarquía-pueblo de Dios.
Se me dirá, y con razón, que la idea del pueblo de Dios es innovadora y se
coloca por delante de la índole jerárquica de la Iglesia. Eso hay que
considerarlo como un avance. Pero en el mismo capítulo sobre el pueblo de Dios
se afirma que la diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el
sacerdocio ministerial o jerárquico “es esencial, no solo de grado”. Y da las
siguientes razones: “Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada
potestad de que goza, modela y dirige el pueblo sacerdotal, efectúa el
sacrificio eucarístico, ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los
fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación de la
eucaristía, y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y
acción de gracias con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y
caridad operante” (LG 10). La propia estructura de la frase establece la
división de funciones entre sacerdotes y laicos: los primeros, sujetos agentes;
los segundos, sujetos pacientes.
Otro
dato que abunda en la falta de simetría del diálogo en el interior de la
Iglesia católica es que el capítulo dedicado a los laicos está colocado después
de la constitución jerárquica de la Iglesia.
Sin negar la eclesialidad
de las comunidades cristianas no católicas y sin llegar a afirmar el viejo
principio excluyente del “fuera de la Iglesia no hay salvación”, el Vaticano II
defiende que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica y sigue
empleando el lenguaje preconciliar de “hermanos separados” (Decreto sobre
Ecumenismo, 12)). Hay, por tanto, una actitud de superioridad, que impide el
diálogo horizontal. Para que se produzca un diálogo simétrico y horizontal
entre los diferentes interlocutores debe reconocerse un principio de igualdad.
Silencios y
olvidos
Hubo temas de fondo que no fueron abordados y sobre
los que se tendió un velo de silencio, por expreso deseo de Pablo VI, como el
matrimonio de los sacerdotes y la ordenación sacerdotal de las mujeres, o temas sobre los que se esperaba un cambio y
no se produjo, como el control de natalidad, generando una profunda y
generalizada decepción entre los católicos. Con razón puede afirmarse con
algunos intérpretes como Giuseppe Franzoni, padre conciliar, que en cierta
medida la involución comenzó con el propio Pablo VI, que domesticó el Concilio
y enfrió el Postconcilio. Veamos algunos ejemplos.
. El Documento sobre el sacerdocio se discutió en la
cuarta sesión del Concilio. El papa se opuso a que se debatiera el tema del
celibato sacerdotal y en 1967 escribió la encíclica Sacerdotalis coelibatus, donde ratifica la obligatoriedad del
celibato para los sacerdotes. La reafirmación del celibato de los clérigos tuvo
como resultado un descenso sostenido de las vocaciones sacerdotes, sobre todo
en el mundo desarrollado, y un avance de los procesos de secularización de los
sacerdotes. Se hacía realidad el título del profético artículo de Ivan Illich:
“El clero esa especie que desaparece.”. En otros entornos culturales donde
nunca se apreció el celibato como un valor, crecieron las vocaciones
sacerdotales.
. En el caso de las mujeres, su ausencia en el ala
conciliar fue notoria. En un momento determinado del concilio fueron nombradas
auditoras algunas mujeres, entre ellas la española Pilar Bellosillo y la
uruguaya Gladys Parentelli -que participa en este curso-, pero sin voz, ni
voto. No se abordó el tema del sacerdocio de las mujeres, como tampoco su
acceso a espacios de responsabilidad en la Iglesia católica. Cuando
posteriormente crecieron las reivindicaciones del sacerdocio femenino y
surgieron estudios bíblicos, teológicos e históricos favorables al mismo, los
papas Pablo VI, Juan pablo II y Benedicto XVI
zanjaron el tema alegando que la exclusión de las mujeres del sacerdocio
era voluntad de Jesús y por tanto, de Dios mismo.
. En el caso del control de natalidad, numerosos
teólogos, moralistas y científicos cristianos creyeron que el uso de los
métodos anticonceptivos era una consecuencia lógica del principio de la
paternidad responsable afirmado por el Vaticano II. Pero Pablo VI, oponiéndose
al criterio de la Comisión asesora en esta materia, condenó el uso de los
métodos anticonceptivos en la encíclica Humanae
vital (1968).. Lo que provocó uno de los más graves desafíos a la autoridad
del papa por parte de los teólogos y moralistas en la historia de Occidente
desde Lutero y uno de más graves desafectos de los católicos que en un
porcentaje muy elevado hicieron caso omiso al papa.
. Un silencio del Vaticano II apenas percibido y que
se suele pasar por alto es el de la ecología. El antropocentrismo en el que se
movió, le impidió ver que la naturaleza es el hogar del ser humano, que también
tiene derechos, que sufre por la depredación a la que es sometida por los seres
humanos por mor del paradigma de desarrollo científico-técnico de la
modernidad, y que la depredación redunda en perjuicio de la humanidad.
Límites
y carencias
Junto a los avances y los silencios hay que destacar también los límites. Los más importantes son: el carácter eurocéntrico del Concilio
Vaticano II, la poca atención prestada al desafío de la pobreza, sobre todo en
el Tercer Mundo, y la no centralidad de
la opción por los pobres. El horizonte cultural y social en el que se movió el
Vaticano II fue la modernidad europea. La problemática que preocupaba a los
padres conciliares era la crisis de Dios en el mundo occidental y el fenómeno
de la increencia en sus diversas manifestaciones: increencia religiosa,
agnosticismo, ateísmo. El destinatario del Concilio fue el hombre europeo, a quien se pretendía
hacer creíble el mensaje cristiano. Fue un concilio preferentemente para el
Primer Mundo.
En su análisis de la
realidad y en su orientación del Concilio pasó a segundo término la dialéctica
desarrollo-subdesarrollo, pobreza-riqueza y no se prestó la atención debida a
las mayorías populares del Tercer Mundo como destinatarias privilegiadas del
anuncio de la Buena Noticia de salvación.
Tampoco jugó un papel
central la opción por los pobres como verdad teológica, enraizada en el
misterio del Dios de los pobres, como verdad cristológica que tiene su base y
fundamento en Jesús de Nazaret, el Cristo liberador, y como actitud
ético-evangélica en la lucha de los cristianos contra la pobreza.
En este tema se produjo
una desviación del camino trazado por Juan XXIII en el discurso preparatorio
del Concilio del 11 de septiembre de 1962 en el que afirmó: “La Iglesia se
presenta para los países subdesarrollados, como es y quiere ser: como la
Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres”. Idea que
posteriormente desarrolló el Cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, en un
memorable discurso pronunciado en la primera sesión del Vaticano I, donde dijo:
“El tema de este concilio es la Iglesia en su aspecto principal de ‘Iglesia de
los pobres’.
La opción por los pobres
fue asumida por la Iglesia en América Latina en la II Conferencia del
Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en (Colombia) en 1968, se
convirtió en guía y horizonte del cristianismo liberador, fue elaborada por la
teología de la liberación como principio teológico por excelencia y puesta en
práctica por las comunidades eclesiales de base a través de compromiso con los
sectores más vulnerables de la sociedad.
El
largo invierno de la Iglesia católica
La primavera del Vaticano II fue muy corta. Al carismático
y profético Juan XXIII, que puso en marcha el Concilio desafiando a la Curia
Romana -que se mostraba contrario e hizo todo lo posible y lo imposible para
que no se celebrara y, durante su celebración, quiso imponer unos documentos
conservadores-, le sucedió Pablo VI, persona abierta al diálogo, aunque muy
dubitativa, sensible a los problemas de su tiempo, aunque hombre de curia, que
continuó la iniciativa de Juan XXIII y la llevó a feliz término buscando el
consenso entre posiciones enfrentadas, pero con las limitaciones antes expuestas,
que fueron acentuándose según avanzaba su pontificado, que duró quince años.
Durante los tres lustros
de gobierno de la Iglesia de Pablo VI hubo avances y retrocesos. Entre los
primeros cabe citar dos encíclicas: Popularum
progressio y Octogesima adveniens; los discursos ante la ONU y ante la
OIT; los Sínodos sobre la Justicia y la Evangelización; en el terreno
ecuménico, el encuentro con el patriarca Atenágoras. Entre los segundos están:
la encíclica Humanae vitae, el Credo del pueblo de Dios, los procesos contra
los teólogos, algunos de los cuales habían participado en el Vaticano II,
llamados por Juan XXIII, como Bernhard Häring y Hans Küng y Edward Schillebeeckx.
Con Juan Pablo II y bajo
la guía ideológica del cardenal Ratzinger al frente de la Congregación de la Fe,
primero y con Benedicto XVI, después, avanzó la involución y se puso en marcha un
calculado programa de restauración, que vació el Vaticano II de todo contenido
reformador. He aquí algunas de sus manifestaciones:
. Se reforzó la índole jerárquico-papal
de la Iglesia, se desactivó la dimensión comunitaria y se impuso un gobierno
personalista, con descuido de la participación de los cristianos en la marcha
de la Iglesia y de la colegialidad episcopal.
. Se acentuó el carácter
dogmático y la ortodoxia en detrimento de la dimensión simbólica, ética y
crítica. La teología dejó de ser teoría crítica para convertirse de nuevo en
apologética al servicio de la institución eclesiástica.
, Se frenó la
investigación teológica, se limitó la libertad de cátedra de los teólogos y las
teólogas y se condenaron no pocas corrientes teológicas emanadas del Vaticano
II que defendían el diálogo con las culturas, las religiones y la ciencia, y la
centralidad de la praxis liberadora del cristianismo. No pocos de los teólogos
y teólogas fueron apartados de la docencia teológica bajo la acusación de desviaciones
doctrinales graves.
. Se sustituyó a los
obispos conciliares por obispos fieles a la tendencia neoconservadora del
Vaticano
. Se pasó del diálogo al
monólogo y al anatema, de la actitud inter- a la anti, del pensamiento crítico
al pensamiento único, de la tolerancia y el respeto al pluralismo a la condena,
del Cristianismo a la Cristiandad
Con Benedicto XVI se ha consumado
la involución y se ha pasado del neoconservadurismo al integrismo, cuya expresiones
más significativas son:
. La vuelta al
eclesiocentrismo excluyente.
. La restauración de la
misa en latín conforme al rito latino.
. El nombramiento de
obispos alejados o contrarios a la aplicación del Concilio en su actividad
pastoral.
. Las nuevas condenas a
los teólogos y a las teólogas.
. La falta de un
magisterio social crítico con el neoliberalismo y solidario con los movimientos
sociales
. Las persistentes
condenas de la homosexualidad.
. Las condenas
indiscriminadas de las investigaciones científicas.
. Las graves acusaciones
de “feminismo radical” y de estar demasiado centradas en la justicia social
contra la Leaderschip Conference of Women
Religious –principal organización de religiosas de Estados Unidos que
representa el 80 de las monjas norteamericanas.
. Las recientes condenas
de teólogas de orientación feminista como las religiosas Margaret Farley,
profesora de teología en la universidad de Yale y Elisabteh Johnson, profesora
de la universidad de Fordham.
. La readmisión de los
lefebvrianos sin exigirles fidelidad al Concilio Vaticano II y, según
informaciones recientes, las negociaciones del Vaticano con los lefebvrianos
para concederles el estatuto de prelatura personal.
. Las enconadas luchas por
el poder en el Vaticano, que han salido recientemente a la luz.
Estas manifestaciones, a
las que hay que sumar los escándalos de la pederastia y otras actuaciones poco
testimoniales de la jerarquía católica y de algunos católicos encaramados en
las cúpulas del poder político económico y político, han desembocado en una más
que bien ganada pérdida de credibilidad hacia la Iglesia católica, hasta el
punto de que, entre los jóvenes españoles es ahora mayor el número de no
creyentes que el de creyentes y de que
su confianza en la Iglesia no llega al 3%.
Cincuenta
años después hay razones para la Indignación
El relato anterior da
razones para la Indignación de los de dentro y de los de fuera hacia la Iglesia
católica como institución y hacia no pocos de sus miembros. Por eso, cristianos
y no cristianos aplican a un importante sector de los jerarcas católicos lo que
los Indignados congregados en las plazas de todo el mundo dicen de los
políticos, y con más razón, si cabe: “”Que no, que no nos representan, que no”,
“no somos mercancía en manos del papa y de los obispos”
La
indignación nace como reacción frente a la negación de la dignidad de que han
sido objeto los ciudadanos y los pueblos por parte de sus dirigentes, gobernantes,
poderes económicos, financieros, etc. Lo
expresa muy certeramente el poema de Antonio Casares: “Cuando no hay dignidad,
nos indignamos,/ cuando hay indignidad,/ nos indignamos,/ si se resignan, no
nos resignamos,/ si nos hacen hacer,/ nos levantamos./ Si nos quieren dejar,/
no nos dejamos,/ si nos quieren callar, no nos callamos,/ si nos quieren echar,
no nos marchamos,/si nos quieren domar,/ nos rebelamos./ Cuando quieren mentir,
no les creemos,/ les queremos decir lo que decimos,/ y queremos pensar lo que
pensamos./ Si nos quieren parar, no pararemos,/ y queremos sentir lo que
sentimos,/ y queremos soñar lo que soñamos”.
En
el caso del cristianismo, la Indignación es la reacción justificada frente a la
negación de la igual dignidad de todos los cristianos por parte de quienes se
consideran dotados de una dignidad superior por el orden sacerdotal o
episcopal, frente al establecimiento de
jerarquías que no tienen base alguna en Jesús de Nazaret y frente a la tendencia
de determinados sectores a considerar la Iglesia como su finca privada, en la
que solo admiten a quienes acatan sus normas y de la que expulsan a quienes se
muestran críticos. La Indignación está más justificada todavía en el caso de
las mujeres cristianas, a quienes se les niega su dignidad humana y cristiana,
al ser tenidas como objetos en manos de los eclesiásticos varones y “vientres
reproductores” y no ser reconocidas como sujetos morales, eclesiales,
sacramentales, teológicos.
Los cristianos y las
cristianas poseen otros motivos más para estar indignados: la consideración de
comparsa que tiene de ellos la jerarquía por la falta de democracia en la Iglesia
católica, que funciona como un régimen autoritario, y por la negación de los
derechos humanos en su seno. Ahí radica una de sus más graves contradicciones:
reconoce la democracia en la sociedad, y no la practica en su seno; defiende
los derechos humanos en la esfera pública, y los desconoce y transgrede en su
interior. Si los Indignados tienen razón al afirmar que “un voto cada cuatro
años no es democracia”, cuánta más no tendrán los cristianos que luchan por una
Iglesia democrática bajo el principio de “un cristiano, una cristiana, un
voto”.
…
Pero también para la esperanza
Hay razones para la
esperanza, y las aporta el propio Vaticano II en algunos de sus textos más bellos.
Una es la llamada a la solidaridad con las experiencias positivas y negativas
más profundas de los seres humanos: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas
y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
los que sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustia de
los discípulos de Cristo” (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el Mundo
Actual, n. 1). .
Otra, no menos radical y
profunda, es la convicción compartida por creyentes y no creyentes de que
“todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del ser humano” (ibid.,
n. 10). Las creencias o las increencias no deben ser motivo de división a la
hora de construir un mundo más justo y solidario. “El reconocimiento de Dios
–dice el Concilio. No se opone en modo alguno a la dignidad humana” ya que “es
Dios creador el que constituye al ser humano inteligente y libre en la
sociedad”. Más aún, la esperanza cristiana, dice a renglón “no merma la
importancia de las tareas temporales, sino que, más bien, proporciona motivos
para su apoyo y ejercicio” (ibid., n. 21).
Una tercera razón es la
centralidad que ocupan el ser humano en su individualidad y en su carácter
social en los documentos conciliares: “Es la persona del ser humano la que hay
que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente,
el ser humano, pero el ser humano entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia,
inteligencia y voluntad, quien centrará las explicaciones que van a seguir”. (ibid., n. 2). Hay aquí, como ya indiqué más
arriba, una insensibilidad ecológica.
En el Vaticano II no falta
la autocrítica, ya que reconoce la responsabilidad no pequeña que corresponde a
los cristianos en la génesis y desarrollo del ateísmo por haber descuidado la
educación religiosa y haber hecho una exposición inadecuada del mensaje
cristiano, y por la falta de testimonio en su vida religiosa, moral y
social. El comportamiento de algunas
instituciones religiosas aleja de la fe, más que acerca, y es causa del
incremento de las diferentes formas de increencia, incluida la apostasía.
Motivos de esperanza son
hoy las comunidades eclesiales de base, los movimientos de renovación, las
organizaciones cristianas de solidaridad, la presencia de los cristianos y
cristianas en los movimientos sociales y en las organizaciones populares, los
movimientos de mujeres que luchan por una Iglesia inclusiva, fraterno-sororal, las
experiencias de vida contemplativa que compaginan el ora et labora, las experiencias ecuménicas e interreligiosas, el
desarrollo de las nuevas teologías: de las realidades terrenas, del pluralismo religioso,
de la liberación, de la revolución, de la pregunta, , la teología política, la teología
feminista, la teología ecológica, etc.
El
Vaticano II, ¿una utopía?
Hay que volver al Concilio Vaticano II, pero no con
la mirada añorante de quien quisiera repetir hoy aquella experiencia en las
mismas condiciones históricas, ya que ha cambiado el contexto, sino para re-tomar
y hacer realidad sus más significativas aportaciones en la teología, de la
liturgia, de la presencia de la Iglesia en el mundo, del diálogo con la
sociedad, el encuentro entre las religiones, la relación con las culturas de nuestro tiempo. ¡Y continuar las reformas que
se congelaron poco tiempo después de su formulación y aprobación.
Hay que pasar por el
Concilio, pero sin instalarse en él ni quedarse en la letra, sino
interpretándolo creativamente y actualizándolo al ritmo de los nuevos signos de
los tiempos. La a asamblea conciliar intentó responder a los signos de los
tiempos de aquel momento. Y lo hizo con gran acierto y no poca osadía. Hoy nos
corresponde responder a los nuevos signos de los tiempos. Para ello es
necesario reformular el lenguaje del Vaticano II, en buena medida superado, y
elaborar nuevos relatos teológicos y nuevas narrativas religiosas acordes con
los signos de los tiempos.
La mejor forma de ser
fieles al Concilio es estar atentos a los nuevos signos de los tiempos, responder
a los nuevos climas culturales, ser sensibles a los nuevos desafíos de nuestro
tiempo desde la apertura al cambio de era que estamos viviendo, con actitudes
evangélicas que llevan al compromiso con los excluidos, en colaboración con los
hombres y las mujeres que trabajan individual y colectivamente por una
sociedad intercultural, interreligiosa,
e interétnica más justa, que ha de traducirse en “otro mundo posible”.
Termino con la pregunta
que da título a esta conferencia: el Concilio Vaticano II, ¿una utopía? Sí, lo
fue y lo sigue siendo en el sentido más noble de esta bella y evocadora
palabra, tan cargada de esperanza y sentido liberador, en su doble dimensión de
denuncia y anuncio, de crítica y alternativa, de reconocimiento de la
negatividad de la historia y de sus posibles emancipatorias ínsitas en el ser
humano.
¿Instalarnos cómodamente en el Vaticano II? No,
considerarlo como punto de partida, como “nuevo comienzo” (Rahner) y seguir
adelante, siguiendo la iluminadora indicación de Walt Whitman: “Antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de
luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el
placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y
satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir
adelante”.
0 comentarios