El Imam oculto y la escatología por Henry Corbin

domingo, julio 29, 2012

Este tema, en el que culminan la imamología y su hierohistoria tiene una especial importancia para la filosofía profética. Sin duda, la idea del Imam oculto fue proyectada sucesivamente sobre varios imames pero no podía quedar definitivamente configurada sino centrándose en torno a la persona del Duodécimo Imam, con la que llega a su culminación Pleroma del Imamato.  Los textos que a él se refieren, tanto en persa como en árabe, son considerables. ( Han recogido las fuentes: saffar Qommi, 290/902, narrador y testigo del XI imam; Kolayni y su discípulo no’ani, siglo IV/X; Ibn babuyeh 381/991, cyya información procedía de un testigo contemporáneo, Hasan ibn Mokteb; Shaykh Mofid, 413/1022; Mohammad b. Hasan Tusi, 460/1068. Las principales tradiciones están recogidas en el volumen XIII de le enciclopedia de Majlisi. Todavía en nuestros días aparecen frecuentemente en Irán libros sobre este tema: Elzam al-Nasiv, de Shaykh ‘Ali Yazdi;al-kitab al’abquari, de ‘Allameh Nehavandi, etc. Sólo algunas páginas de todo este material han sido traducidas al francés .)
Meditada por todos los representantes de la teosofía shiíta (‘irfan-e shi’i), la idea fundamental es la ya formulada: así como el ciclo de la profecía alcanza su culminación con el sello de los profetas, así también la walayat, cuta línea sucesoria corre paralela, de período en período, a la de la profecía, tiene su doble sello en el Imamato mohammadiano: el sello de la walayat general en la persona del I Imam, y el sello de la walayat mohammadiana, lo esotérico de los esoterismos anteriores, en la persona del XII Imam. Como dijo un maestro del sufismo shiíta iranio, ‘Aziz Nasafi (siglo VII/XIII), discípulo de Sa’ doddin Hamayeh:
Miles de profetas, venidos anteriormente, han contribuido sucesivamente a la  instauración de la forma teofánica que es la profecía, y Mohammad la ha culminado. Es ahora el momento de que la walayat (la iniciación espiritual) sea manifestada y manifieste las realidades esotéricas. Ahora bien, el hombre de Dios en cuya personase manifiesta la walayat, es el sahib al-zaman, el imam de este tiempo.
Sahib al-zaman (el que domina este tiempo) es la designación característica del Imam oculto, <<Invisible a los sentidos, pero presente en el corazón de los fieles>>, que polariza tanto la devoción del piadoso shiíta como la meditación del filósofo, y que era hijo del XI Imam, Hasan ‘As Kari, y de la princesa bizantina Narkes  (narcisa). Se le llama también << el Imam esperado>> (Imam montazar), Qa’im al-Qiyamat, Imam de la Resurrección. La hagiografía del XII Imam abunda en rasgos simbólicos, arquetipos, referentes a su nacimiento y ocultación (ghaybat). Digamos enseguida que la crítica histórica no encontrará por ahí su camino, pues de lo que se trata es de lo que hemos denominado hierohistoria, algo muy distinto a lo que esa crítica histórica busca. Es necesario proceder  aquí desde el punto de vista fenomenológico: hay que descubrir las intenciones de la conciencia shiíta para ver, con ella, lo que ella se ha mostrado a sí misma desde sus orígenes.
Debiendo limitarnos aquí a lo esencial, recordaremos que el XI Imam, Hasan ‘Askari, retenido más o menos prisionero por la policía abasida en el campamento de Samarra (a unos 100 Kilómetros al norte de Bagdad), murió allí a la edad de 28 años, en 260/873. Aquel mismo día desaparecía su hijo, que contaba entonces cinco años o poco más, y comenzó lo que se llama la <<ocultación menor>>(ghaybay soghra). Esta simultaneidad tiene un profundo sentido para el sentimiento místico. El Imam Hasan ‘Askari se propone a los suyos como símbolos de su tarea espiritual. El hijo de su alma se torna invisible desde el momento en que él deja este mundo, y el alma de sus adeptos deberá alumbrar sus parusías, es decir, su <<su retorno al presente>>.
La ocultación del XII Imam se realiza en dos fases. La ocultación menor duró setenta años, durante los cuales el Imam oculto tuvo sucesivamente cuatro na’ib o representantes, por medio de los cuales sus shi’itas podían comunicar con el. A uno de ellos, ‘Ali Samarri, ordenó, en una última carta, no elegir sucesor, pues había llegado el tiempo de la Gran ocultación (ghaybat kobra). Las últimas palabras de su último na’ib (330/942 fueron:  <<En adelante, todo eso no incumbe más que a Dios>. Ahí comienza la historia oculta del XII Imam. Por supuesto, esta historia no pertenece al ámbito de lo que llamamos historicidad de los hechos materiales. sin embargo, preside la conciencia shiíta desde hace más de diez siglos y es la historia misma de esa conciencia. El último mensaje del Imam lo ha preservado de toda impostura, de todo pretexto tendente a poner fin a la espera escatológica , a la inminencia del Esperado (éste fue el drama del babismo y del bahaísmo). El Imam oculto, hasta el momento de la parusía, no es visible más que en sueño, o bien en manifestaciones personales que tienen el carácter de acontecimientos visionarios (los relatos sobre acontecimientos de este tipo son numerosos), que no suspenden el <<tiempo de la ocultación>> ni se insertan en la trama material de la historia <<objetiva>>. Al ser el Imamato lo esotérico de todas las revelaciones proféticas. Es preciso que le Imam esté a la vez presente al pasado y al futuro. Es preciso que haya nacido ya. La meditación filosófica ha trabajado hasta nuestros días, particularmente en la escuela shaykhia, sobre el sentido de esta ocultación y de la esperada parusía.
La idea del Imam oculto ha conducido a los maestros de la escuela shaykhia a profundizar el sentido y el modo de esa presencia invisible. Aquí de nuevo, el mundus imaginalis (el ‘alam al-mithal) asume una función esencial. Ver al Imam en la tierra celeste de Hurqalya (compárese con la Tierra de Luz,  Terra Lucida del maniqueísmo) es verlo allí donde en realidad está: en un mundo a la vez concreto y suprasensible, y con el órgano que la percepción  de un mundo así requiera. Lo que ha planteado el shaykhismo es de alguna forma una fenomenología de la ghaybat. Una figura como la del XII Imam no aparece ni desaparece según las leyes de la historicidad material. Es un ser sobrenatural que tipifica las mismas aspiraciones  profundas que las que corresponden, en un cierto cristianismo, a la idea de un puro caro sipi ritualis christi. Depende de los seres humanos que el Imam juzgue si debe  aparecérseles o no. Su aparición es el signo mismo de su renovación, y ahí se encuentra, en última instancia, el sentido profundo de la idea shiíta de ocultación y parusía. Son los hombres  los que se han velado a sí mismo al Imam, haciéndose incapaces de verle, por haber perdido o tener paralizados los órganos de <<percepción  teofánica>> que hacen posible <<el conocimiento por el corazón>> definido en la gnoseología de los Imames. No tiene, pues ningún sentido hablar de la manifestación del Imam oculto, en tanto los hombres sean incapaces de reconocerle. La parusía no es un acontecimiento que pueda surgir repentinamente un buen día. Es algo que ocurre de día en día en la conciencia de los fieles shiítas. Aquí, pues, es el esoterismo el que rompe el inmovilismo tan a menudo reprochado al Islam legalista, siendo arrastrados sus adeptos en el movimiento ascendente del ciclo de la walayat. Según un célebre hadith, el profeta declaró:
Cuando al mundo no le quede más que un solo día de existencia, Dios alargará ese día hasta que se manifieste un hombre de mi posteridad; su nombre será mi nombre, y su denominación, la mía; llenará la tierra de armonía y de justicia, como hasta entonces habrá estado llena de violencia y de opresión.
Ese día que se prolonga es el tiempo de la ghaybar,  y ese anuncio explícito ha propagado su eco por todas las edades y en todos los grados de  la conciencia shiíta. Lo que en él han percibido los espirituales es el anuncio de que el advenimiento del Imam manifestará el sentido el sentido oculto de todas las revelaciones. Será el triunfo del ta’wil que permitirá al género humano encontrar su unidad, lo mismo que, a lo largo del tiempo de la ghaybat, el esoterismo posee el secreto del único ecumenismo verdadero. Es  por eso lo que el gran shayrh sufí y shiíta iranio ya citado aquí, sa’doddin Hamuyeh (siglo VII/XIII), manifestaba: <<El Imam oculto no aparecerá hasta que seamos capases de comprender, incluso por las correas de las sandalias, los secretos del twahid>> , es decir, el sentido esotérico de la unitud divina.

Este secreto es precisamente el Imam esperado, el Hombre perfecto, el Hombre integral, <<pues es él  el que hace todas las cosas hablen y cada cosa, tornándose viva, se transforme en un umbral del mundo espiritual>>. La futura aparición del Imam presupone, pues, la metamorfosis del corazón de los hombres; depende de la fidelidad de sus adeptos que se realice progresivamente esa parusía, por su propio acto de ser. De ahí deriva toda ética de javan-mard, el <<caballero espiritual>> , idea que engloba todo el ethos del shiísmo, con la paradoja de su pesimismo y su desesperanza afirmando la esperanza, pues su visión abraza por ambas partes el horizonte de la metahistoria: la prexistencia de las almas y la resurrección (Quiyamat) que es una transfiguración de las cosas y cuta anticipación determinaba ya toda la ética del antiguo Irán zoroastriano.
Hasta entonces, el tiempo de la <<Gran Ocultación>> es el tiempo de una presencia divina incognito, y precisamente por serlo nunca puede convertirse en objeto, en cosa, desafiando toda socialización de lo espiritual. Por eso mismo también quedan incognito los miembros de las jerarquías místicas esotéricas (Nojaba y noquaba, nobles príncipes espirituales, awtad y abdal), bien conocidas del sufismo, pero de las que jamás debe olvidarse que su mismo concepto presupone históricamente la idea shiíta de la walayat. Pues estas jerarquías tienen su origen en el polo de los polos, el imam; conciernen a ese aspecto esotérico de la profecía cuya fuente es el imam. En efecto, sus nombres figuran ya en las conversaciones de los Imames IV y VI; así mismo, el I Imam, entrevistándose con su discípulo Komayl, evoca en términos precisos la sucesión de los Sabios de Dios que, siglo tras siglo, son con frecuencia ignorados por la masa de los humanos. Silsilat al-‘irfan, la <<sucesión de la gnosis>>, se dirá más tarde: son todos aquellos que desde Set, hijo de Adán, hasta los Imames mohammadianos con todos los que les reconocen como guías, han transmitido lo esotérico de la profecía eterna. Pero la realidad esencial de su ser (su haqiqat) no pertenece al mundo visible en el que reinan las potencias de la coacción ; forman una pura Ecclesia spiritualis; no son conocidos sino por Dios.
Como se sabe, el profeta Mohammad fue identificado, como antes lo había sido Mani, con el paráclito. Pero, dada la homología entre el sello de la profecía y el sello de la walayat, la imamología mantiene la idea del paráclito como visión por venir. Varios autores shiítas (kamal kashani y haydar Amoli, entre otros) identifican explícitamente el XII Imam, el Imam esperado, con el paráclito cuya llegada es anunciada en el Evangelio de Juan, texto al cual hacen referencia. El advenimiento del Imam-Paráclito inaugurará el reino del sentido espiritual puro de las revelaciones divinas, es decir, la religión de verdad que es la walayat eterna. Por consiguiente, el reino del Imam preludia la Gran Resurrección (Qiyamat al-Qiyamat). La resurrección de los muertos, como dice Shams Lahiji, es la condición que permitirá que lleguen finalmente a su cumplimiento la finalidad y el fruto de la existenciación de los seres. Nuestros autores filosóficamente la aniquilación del mundo es concebible; su imamología lanza un desafío a esta eventualidad. El horizonte escatológico del Irán se ha mantenido invariable antes y después del  Islam. La escatología shiíta presidida por la figura del Qa’im y sus compañeros (como la escatología zoroastriana lo está por la del saoshyant y los suyos), no separa la idea de la <<resurrección menor>> que es el éxodo  individual, de la idea de la <<Gran Resurrección>> que es el advenimiento del nuevo Éon.

Se acaba de señalar la identificación que los pensadores shiítas establecen entre el Imam esperado y el paráclito. Esta identificación pone de manifiesto una convergencia sorprendente entre la concepción profunda del shiísmo y el conjunto de tendencias filosóficas que en Occidente, desde los joaquinistas del siglo XIII hasta nuestros días, se han guiado por la idea paraclética y han planteado un camino para pensar y obrar en función del reino del espíritu santo. Si dejase de pasar inadvertido, el hecho podría tener importantes consecuencias. Como ya hemos dicho la idea fundamental es que el Imam esperado no aportará un nuevo libro revelado, una nueva Ley, sino que revelará el sentido oculto de todas las  Revelaciones, pues él mismo es esa Revelación de las Revelaciones en tanto que Hombre Integral (Insan Kamil, Anthropos telios), lo esotérico de la <<Realidad Profética eterna>>. El sentido de la parusía del Imam esperado es la revelación antropológica plena, aflorando desde el interior del hombre que vive en el Espíritu. Esto quiere decir, en última instancia, revelación del secreto asumido por el hombre: ésta es la carga que, según el versículo qoránico 33/72, los Cielos, la tierra y las montañas habían rechazado. Ahora bien, hemos visto (supra, A,2) que desde el origen, desde el comienzo de la enseñanza de los imames, la imamología ha  interpretado este versículo en relación a su propio secreto, a la walayat. La realidad es que el misterio divino y el human, el humano, el misterio del anthropos, el de la haqiqat mohammadiya, son un solo y único misterio.

Con este tema fundamental podemos poner fin a esta escueta visión  de conjunto. No hemos podido considerar aquí sino un reducido número de los aspectos que nos ofrece el  pensamiento shiíta duodecimano. Son suficientes, sin embargo, para hacer patente su condición de << filosofía profética>> emanada de las premisas del Islam en tanto que religión profética. Ahora bien, una descripción del pensamiento shiíta sería incompleta si, al lado del imamismo duodecimano, no señalase el lugar que corresponde al ismailismo y la gnosis ismailí.

Fuente: Corbin, Henry. Historia de la Filosofía Islámica. Editorial Trotta, España, 2000. Págs. 74-79

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