Aceptar el Islam y comenzar a vivir concientemente Fernando Acosta Riveros (Colombia)*
miércoles, agosto 10, 2011
Allah es el Único Dios y Muhammad es Su profeta, se ha convertido en la frase que da sentido a mi existencia. Originario de Colombia, país ubicado en el sur de nuestra América, llegué a México como asilado político en el año 1981, procedente de Perú, hermoso país, donde estuve casi seis meses en tránsito como refugiado político. Mi país vivía en una guerra, estado de sitio, enfrentamiento entre militares de un gobierno opresor e insurgentes del siglo XX que luchaban por la justicia y el socialismo.
Nací un viernes 11 de enero del año 1957 en Bogotá, Colombia, gracias al Creador, al Único Dios. Hijo y nieto de católicos se me enseñó esa religión la cual practique a medias, es decir no fui un católico en esencia como lo enseñaba la doctrina. Veía muchas contradicciones entre lo que decían los pastores de la iglesia católica y la forma de injusticia y abandono en que vivían miles o millones de compatriotas.
Inquieto desde adolescente, un día entré en Bogotá a un templo de cristianos, conocidos como evangélicos o protestantes, según el habla coloquial y popular de bogotanos y originarios de otras ciudades colombianas. Me llamó la atención que los evangélicos prohibieran el vino, licor, aguardiente, cerveza. Era rara esta prohibición en un país lleno de borrachos y donde el gobierno aseguraba que "podía sostener la Educación, gracias a los ingresos de las industrias licoreras".
Leí algunos textos de la Teología de la Liberación. Admirador del mensaje y la lucha de mi paisano el sacerdote revolucionario Camilo Torres Restrepo, cuestionaba a las jerarquías, pero consideraba que también existían cristianos y católicos, concretamente, honestos. Así pasaron algunos años.
Mi trabajo como corrector y redactor en un diario de Guadalajara, Jalisco, me llevó a leer y releer documentos relacionados con países islámicos. Siempre me interesó la lucha del pueblo palestino y antes de aceptar el Islam me llamó la atención la vida del Ayatollah Khomeini de la República Islámica de Irán.
En los años noventa del siglo pasado me emocionaba durante las horas de cierre de la edición del diario Siglo 21 en la capital de Jalisco, cuando veía notas, generalmente cables procedentes de Jerusalén y otras zonas palestinas donde se refería que los manifestantes entonaban: "Dios es el más grande".
Busqué más información en las enciclopedias sobre Islam y también sobre Palestina e Indonesia. Los leí como un hombre inquieto de conocer algo más de la cultura e historia del país donde nació el profeta Jesús (paz y bendiciones) y de la nación asiática donde existe el mayor número de musulmanes). Un compañero de trabajo que había sido sacerdote jesuita y estudiaba sobre religiones monoteístas me regaló un ejemplar de El Corán, edición exclusivamente en idioma español publicada por Editorial Ateneo de Ciudad de México. Me llamó la atención pero no más.
Una mañana del año 1999 cuando me dirigía desde la casa de mis suegros hacia la editorial de la Universidad de Guadalajara donde trabajaba como promotor de ediciones, me quedé observando un automóvil de modelo antiguo, muy limpio y que traía en la ventana trasera la bandera del Islam. Me detuve y luego continué. Una cuadra después, un trabajador muy amable me preguntó: ¿Le interesa el vehículo? Le contesté que no, que me había detenido por el aviso del Islam. Entonces me hizo otra pregunta: "¿Le interesa el Islam?". Claro que sí. Inmediatamente después se presentó: "Me llamo Omar y soy musulmán, desde ahora, tu amigo". Me invitó a conocer unos días después la mezquita o musala situada en el barrio popular de Polanco en Guadalajara.
Asistí varios viernes a la Oración colectiva, el Yuma. Observaba y escuchaba durante el Jutba. Tenía muchas preguntas y varios musulmanes me regalaban algunos minutos para contestar. Seguía yendo un viernes cada dos semanas o un viernes por mes. Un día me obsequiaron un ejemplar del Corán en dos idiomas: árabe y español.
En el año 2000 después de varios meses de no ir ni a la mezquita ni tampoco al templo católico, decidí regresar a la musala y escuchar con más atención los Jutbas. Fue en noviembre cuando le pregunté a un hermano, ¿qué necesito para ser musulmán? Me explicó que si aceptaba el Islam y decía desde lo más profundo de mi corazón que Allah es el Único Dios y Muhammad es Su profeta ya era musulmán. Además me recordó que toda la creación es musulmana porque todos y todo está sometido a la voluntad de Dios.
Al día siguiente, era un viernes y después de la Oración, hice mi Shajada. Desde entonces mi vida tuvo numerosos y benéficos cambios. Puedo concluir que a partir de noviembre y diciembre del 2000, cuando gracias a Allah acepté el Islam y recibí guía, empecé a vivir concientemente. Ahora puedo decir que "me basta el honor de ser un siervo de Dios y que estoy orgulloso de que Allah sea mi señor". Doy gracias todos los días a Allah por haberme traído al Islam y a la familia musulmana mundial. As salam aleykum,
0 comentarios
No se permite bajo ningún criterio el lenguaje ofensivo, comente con responsabilidad.