Tres cuentos de Idries Shah (narrativa)

lunes, septiembre 29, 2014



EL ÍDOLO DEL REY LOCO

Había una vez un rey violento, ignorante e idólatra. Un día juró que si su ídolo personal le concedía cierto beneficio, él apresaría a  las primeras tres personas que pasaran por su castillo y las obligaría a consagrarse al culto del ídolo.
Naturalmente, el deseo del rey se cumplió, y enseguida envió a unos soldados a la carretera para que le llevaran a las tres primeras personas que encontraran.
Las tres personas fueron un erudito, un Sayed (descendiente de Mahoma el Profeta) y una prostituta.
Cuando los arrojaron a los pies del ídolo, el rey trastornado les contó su voto y les ordenó que se doblegaran ante la imagen.
El erudito dijo:
“Esta situación cae, sin duda, dentro de la doctrina de “fuerza mayor”. Hay numerosos precedentes que permiten que uno parezca estar de acuerdo con una costumbre si se le obliga, sin que exista en modo alguno una culpabilidad real de tipo legal o moral.”
Así que le hizo una profunda reverencia al ídolo.
El Sayed, cuando llegó su turno, dijo:
“Como persona especialmente protegida, por cuyas venas corre la sangre del Santo Profeta, mis propias acciones purifican todo lo que haga, y por tanto nada impide que actúe como me pide este hombre.”
Y se inclinó ante el ídolo.
La prostituta dijo:
“¡Ay de mí!, yo no tengo ni formación intelectual ni prerrogativas especiales, y por ese me temo que, me hagas lo que me hagas, no puedo adorar a este ídolo, ni siguiera de forma fingida.”
Antes esta respuesta, la enfermedad del rey loco desapareció súbitamente. Como por arte de magia se dio cuenta del engaño de los dos adoradores de la imagen. Mandó decapitar al erudito y al Saya y liberó a la prostituta.

AJMAL HUSSEIN Y LOS ERUDITOS

El sufí Ajmal Hussein recibía continuamente las críticas de los eruditos, que temían que su reputación eclipsara la de ellos. No escatimaron esfuerzos para sembrar la duda sobre su conocimiento, para acusarle de refugiarse de sus críticas en el misticismo, y hasta para insinuar que era culpable de haber realizado prácticas vergonzosas.
Por fin, Ajmal dijo:
“Si contesto a mis críticos, aprovechan la ocasión para lanzarme nuevas acusaciones, que la gente cree porque les divierte dar crédito a ese tipo de cosas. Si no les contesto, alardean y se pavonean de ello, y todos piensan que son auténticos eruditos. Se creen que nosotros los sufíes somos contrarios a la erudición, y no es así. Pero nuestra verdadero existencia es una amenaza para la pretendida erudición de esos enanos ruidosos. La erudición desapareció hace mucho tiempo. A lo que ahora tenemos que enfrentarnos es a una erudición falsa.”
Los eruditos chillaron más fuerte que nunca. Al fin, Ajmal dijo:
“La discusión no es tan efectiva como la demostración. Voy a daros una idea de cómo son estas personas.”
Solicitó a los eruditos unos “cuestionarios” para que pudieran evaluar su conocimiento y sus ideas. Cincuenta profesores y académicos le enviaron los cuestionarios, y Ajmal los contestó todos de forma diferente. Cuando los eruditos se reunieron para hablar de estos cuestionarios, había tantas versiones distintas que todos pensaban haber puesto al descubierto a Ajmal y se negaban a abandonar sus tesis a favor de las de los demás. El resultado fue la célebre “trifulca de los eruditos”. Durante cinco días se atacaron los unos a los otros con saña.
“Esto”, dijo Ajmal, “es una demostración. Lo que más le importa a cada uno es su propia opinión y su propia interpretación. No les preocupa nada la verdad. Lo mismo hacen con las enseñanzas de todos. Cuando están vivos, les atormentan. Cuando se mueren, se hacen especialistas en su obra. Sin embargo, el único motor de su actividad es rivalizar unos con otros y enfrentarse a todo el que no pertenezca a su misma clase. ¿Queréis convertiros en uno de ellos? Decididlo pronto.”

LA FRUTA DEL CIELO

Había una vez una mujer que había oído hablar de la Fruta del Cielo y la codiciaba. Entonces le preguntó a cierto derviche, a quien llamaremos Sabar: 
“¿Cómo puedo encontrar esta fruta, para conseguir el conocimiento de forma inmediata?”
“Harías mejor en estudiar conmigo”, dijo el derviche. “Si no lo haces, tendrás que viajar con determinación y sin descanso por todo el mundo.”
La mujer lo abandonó y buscó a otro derviche, Arif el Sabio; y después encontró a Hakim, el Docto; luego a Majzub, el Loco; más tarde, a Alim, el Científico, y muchos más...
Pasó treinta años buscando, al cabo de los cuales llegó a un jardín. Allí se encontraba el Árbol del Cielo, de cuyas ramas pendía la resplandeciente Fruta del Cielo.
De pie junto al Árbol estaba Sabar, el primer derviche.
“¿Por qué cuando nos encontramos por primera vez no me dijiste que tú eras el Guardián de la Fruta del Cielo?”, le preguntó.
“Porque en aquel momento no me habrías creído. Además, el Árbol sólo produce fruta una vez cada treinta años y treinta días.”

Del libro "La sabiduría de los idiotas" de Idries Shah, versión electrónica, páginas 4, 10 y 11.


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