El guerrero sonrisa, relato por Jorge Haguilar
lunes, abril 28, 2014
Debo confesar que cuando lo vi la primera vez, no me agradó mucho pues tenía una apariencia de niño fresa o “papi paga”. Eso en nuestros años mozos de revolucionarios “puros” era como mezclar la lluvia con el sol: un evento inusual. Usaba lentes de moda, su ropa era de moda o si no ropa muy casual que no cualquiera de nosotros usaba. Usaba casi siempre zapatos de suela muy baja y de meter, sin cintas. Para algunos de nosotros que no lo conocíamos, él no parecía revolucionario. Por esos años había surgido el boom del Rock Latino y él era un gran seguidor de esta música. A mi no me gustaba ni me dejaba de gustar esa música, más bien yo creía que eso era una contradicción ideológica; yo creía que sólo tenías que escuchar sólo música de Víctor Jara, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Yolocamba Ita, Cutumay Camones, los Mejía Godoy y otros cantautores de ese estilo. En mi caso, prefería la música que hablaba de guerra, fusiles, los compas caídos, el sacrificio de nuestros combatientes, etc.
Poco a poco fui conociendo a Eduardo, quien tenía una sonrisa amplia, contagiante y una mandíbula un poco grande también. Recuerdo que allá por 1990, salió un anuncio comercial de televisión en el cual salía una especie de hombre y personaje de una empresa de comida rápida, tocando un teclado en lo alto de un edificio. Por su sonrisa, quijada parecida, lentes y tipo de ropa le nombramos Mac Tonight. A Eduardo nunca le pareció ofensivo, todo lo contrario, yo veía que se carcajeaba de su apodo. Poco a poco me fui o nos fuimos acercando uno a otro. Yo como uno de los más jóvenes, sino el más joven de todos, desconocía que Eduardo era de los antiguos, de los que habían sido organizados en el Instituto Nacional Alberto Masferrer, INAM, de la colonia Zacamil, junto con otros compas que fueron también muy valientes, valiosos y baluartes de la lucha revolucionaria de nuestro país, quienes posteriormente se incorporaron a nuestra Alma Máter: la Universidad de El Salvador, UES. Entre ellos puedo mencionar al Choco Vladimir, quien fue uno de los compas que se tomaron el Hotel Sheraton en la ofensiva de 1989; Miriam Méndez quien cayó en la colonia Universitaria Norte durante esa misma ofensiva; Ever, a quien yo conocía como Kelvin porque era mi tío, y el destino nos llevó a estar en el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, una de las cinco organizaciones guerrilleras que conformaron el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, sin nunca haber hablado entre nosotros de estos temas. Hay muchos otros compañeros que aún siguen en la lucha por un mundo mejor dentro de otras trincheras.
Yo he estado con cierta deuda todos estos años, pues cuando el 8 de abril llega siempre recuerdo a Eduardo porque en este mes él nos dejó, nos faltó a partir de 1991, nos dejó un sorbo de saliva atorado en nuestras gargantas por la eternidad y una humedad crónica en nuestros ojos. Hoy me senté a escribir porque quiero dejar esa deuda de lado y saldarla como se debe: con la justicia de que nuestros compañeros que no fueron ni jefes ni comandantes no queden en el olvido, porque sólo los que estuvimos a la par de ellos, quizás, somos quienes los vamos a recordar por siempre; el debate sobre esto último, dejémoslo para otro escrito.
En una de las ocasiones que me tocó subir al Volcán de San Salvador, se nos concentró a la fuerza urbana, del Volcán de San Salvador y del Cerro de Guazapa, concentración de fuerzas guerrilleras que después se nombró como la REGIÓN ESPECIAL, para boicotear las elecciones de diputados y alcaldes que se llevarían a cabo en marzo de 1991 en nuestro país. Recuerdo que cuando subimos al volcán, había un fuerte viento y el clima era bastante fresco, casi frío- clima que me pone melancólico- que con la altura del Volcán de San Salvador llegó a una temperatura bastante baja. Siempre que subía al volcán, meditaba en la gente que dejaba en la ciudad: mi abuela, mi madre, mis hermanos, mi familia y mi novia quien supo de mi accionar hasta terminada la guerra y me terminó por no haberle dicho nunca- otro tema parte otra ocasión. Volví a ver rostros conocidos como al chespirito, a mi tío Ever y otros. Así, uno ya no se sentía ni tan solo ni tan incomprendido por ser urbano y no rural, debido a que a los urbanos, de alguna manera, siempre nos miraban mal los compas rurales porque ellos creían que uno en la ciudad solo pasaba jodiendo y tomando sin arriesgar su vida. Eduardo estaba allí, pero ya no tenía que llamarlo así, allí ya no tenía su propio nombre, su nombre allí era Adrián, su seudónimo.
Al final, la maniobra militar de boicot a las elecciones no se realizó por orden, según se nos dijo, de la comandancia general porque era la primera vez que un partido revolucionario competía en las elecciones. La Convergencia Democrática liderada por Manuel Ungo y Rubén Zamora participaría en esas elecciones y el FMLN quería ver el nivel de popularidad que este partido-coalición lograba a nivel nacional. Entonces, nos quedamos todo el mes de marzo para esperar nuevas órdenes de acción; mientras tanto, a la fuerza urbana nos mantenían en escuela guerrillera para estar completamente adaptados a la vida y el accionar de la montaña.
Llegó abril y en los primeros días se nos informó que pronto habría una maniobra militar. Yo ya tenía un mes de estar en el volcán y había dejado mis estudios completamente abandonados en la UES, así como compromisos familiares que tenía que cumplir, por lo que solicité permiso de bajar a San Salvador por tres días y regresar listo para la maniobra. El permiso se me concedió, pero uno no dejaba de preocuparse e incomodarse porque algunos compas creían que uno lo que quería era irse porque ya no aguantaba estar en el monte o, peor aún, creían que te ibas a desertar; cosa que nunca pasó por mi cabeza desde que tomé la decisión de incorporarme a la lucha revolucionaria. Tristemente me he dado cuenta de que alguien a quien siempre consideré no un sino mi gran amigo ande diciendo que alguna vez lo hice, pero eso es para otro escrito también.
Días antes de irme, un muchacho de seudónimo Rafael, de piel blanca, cuerpo fornido y que caminaba y escupía como soldado, a quien yo lo molestaba y le pedía que me dijera en qué cuartel estaba sin saber que era cierto, se desertó del campamento por una quebrada de piedras de erupción volcánica donde él sabía no podían haber minas. Con Fermín y otro compa a quien no recuerdo hoy, fuimos a buscarlo por toda la quebrada hasta llegar alrededor de medio kilómetro abajo. No lo encontramos. Nos tuvimos que mover hacia el campamento llamado Las Margaritas esa misma tarde. El día que yo salía hacia la capital, Adrián estuvo de posta -haciendo guardia- en el sector del campamento donde nosotros estábamos. A mi me tocaba relevarlo y llegué un poco antes para hablar con él. Lo encontré un poco triste y desubicado, incluso estaba sin lentes, algo que yo nunca había visto en él, pues incluso cuando nos quedábamos pintando mantas, él dormía con los lentes puestos. Le pregunté qué le sucedía y bastante cabizbajo me comentó que cuando se sentó limpió sus lentes, los puso en el suelo y en un movimiento no planeado, se sentó en ellos quebrándoles, afortunadamente, los aros y no los cristales. Pero el problema era que no podía usarlos y eso le impedía ver bien porque su problema visual era bastante complejo. Le comenté que ese día me iría para abajo, para la capital, con permiso de tres días y él me dijo “a pues dígale a Carlitos (Castillo) que me mande los aros de sus lentes, que son igualitos a los míos, para que yo pueda usarlos y ver bien de nuevo.” Acordamos que eso haría yo y que al regresar, inmediatamente le daría los aros para que él los usara.
Bajé a San Salvador y me fui a la UES esa tarde. Llegué sólo a participar, de alguna manera, de apaciguador de aguas, pues en la universidad habían agarrado a dos subtenientes del ejército quienes, supuestamente, andaban allí buscando a sus novias y alguien que los conocía los delató. Tuve que calmar a mucha gente que quería matarlos allí mismo y ayudé a los custodios de la UES a que eso no pasara. En un momento y sin saber cómo, se corrió la voz de que uno se había escapado y toda la multitud universitaria corrió a buscarlo en el edificio abandonado donde antes había sido extensión universitaria. Un muchacho de periodismo, quien después fue reportero en el canal 33, se subió a uno de los techos que todavía servía a buscarlo y de repente le gritaron que él era el otro militar. El muchacho casi se orina y comenzó a gritar que no era él, que él lo andaba buscando también y comenzó a buscar quien lo apoyara en lo que decía. Me vio y dijo: “¿verdad que es cierto, vos me viste que buscándolo andaba?” Yo dije la verdad y ya nadie le dijo nada más. Después, cuando ese muchacho ya era reportero, nunca siquiera volvió a verme, claro, él ya era alguien y salía en la tele. Ese mismo día me puse de acuerdo con Carlos, le conté lo sucedido y me entregó los aros de los lentes para que yo se los diera a Eduardo, Adrián. Pasaron los días, terminé con mis compromisos y salí nuevamente, sin coordinar con nadie porque se suponía que ya había una coordinación establecida.
Me fui solo hasta las faldas del volcán, allá por el Cantón El Salitre. El día que regresé, por contratiempo del bus de la 109, llegué alrededor de 7 minutos tarde y los compas ya se habían ido con otros compas que iban a integrarse a la maniobra. La base social de ese lugar me ayudó a contactar a Alejandra (Zuleima), quien andaba por allí esos días y contactaron a los demás. Me hicieron una espera mientras la gente del lugar y yo corríamos hasta el lugar para alcanzarlos y llegar donde ellos estaban. No hubo ninguna novedad más. Llegamos al campamento y todos estaban preparándose para la actividad del día siguiente, algunos subían a otros lugares a “desembutir” (desenterrar) armas, municiones, etc., otros preparaban comida, ropa, cosas a utilizar, en fin, esa noche se durmió poco y yo buscaba a Adrián para darle los aros que Carlos me había dado y solventar su problema. Mas no pude verlo durante la noche ni durante la mañana del día siguiente.
Íbamos a tomarnos la ciudad de Quezaltepeque en el Departamento de La Libertad, ciudad ubicada al norte de San Salvador en las cercanías del Volcán de San Salvador. Nuestro pelotón era conformado por muchos compas que andábamos cualquier ropa normal de color oscuro y nos quedaríamos cerca del cementerio de esa ciudad garantizando la entrada de otro pelotón que iba hasta el propio centro de la ciudad, algunos con uniformes verdes camuflados y la mayoría con uniformes negros tipo comando. Para no ser detectados, detuvimos un bus, o busito, de los azules que tenía la ruta 109, y nos metimos allí para entrar a la ciudad. A nosotros nos tocó que ir agachados en el bus porque no llevábamos uniformes ni camuflados ni tipo comando, los demás iban sentados; el viejo Federico, quien andaba un uniforme de sargento que había requisado en alguna otra maniobra militar, iba parado en la entrada del bus, sin esconderse como haciendo creer que era soldado. Allí vi a Adrián sin los lentes y le dije que llevaba los aros que me había dado Carlos, que los tenía dentro de la mochila. Él me dijo: “Gracias compañero, después del desvergue me los da”. Entramos a Quezaltepeque y comenzó la toma de esa ciudad.
La maniobra militar duró alrededor de dos horas. Yo nunca había usado un lanzacohetes RPG-7, pero el compa responsable me asignó que yo lo cargara sin ninguna granada o “papaya” como nosotros le llamábamos. Me quedé un momento como dos casas después de la esquina donde el recordado Noel Hernández, mapache, Canela y el Gasparín combatían. Me conmovió ver a una señora en su sala, sentada en una silla mecedora emplasticada, meciéndose tranquilamente sin asustarse por el tiroteo, quise decirle que se entrara a otro lugar de su casa y en eso me llamaron. Me quedé pensando si ella ya estaba acostumbrada a este tipo de eventos o si estaba sorda, no lo sé. Repentinamente una ráfaga cayó como a un metro de mi cabeza en la pared de adobe de una casa, quedé lleno de polvo. El jefe del pelotón comenzó a coordinar información para ver quién me había disparado y nunca supimos de dónde vino esa ráfaga que un metro más abajo hubiera terminado con este entonces joven de 19 años. Al terminar nos reportaron que un compa había muerto y el chele Geño y el Unicornio estaban heridos.
Cinco días después del ataque a Quezaltepeque, recibía mi clase de Lecturas y Conversaciones en la UES, mi maestro era Bert Pacas y nos había llevado un artículo del Miami News Herald, creo, donde, en inglés, decía que el ejército había sacado a la guerrilla de dicha ciudad. Yo sonreí al leer tal mentira pues nos retiramos cuando el objetivo de la maniobra se había cumplido y no porque los soldados nos hubieran sacado. A la misma vez, quise llorar al recordar que los aros de los lentes se los habían devuelto a Carlos sin haber cumplido por completo mi misión y al recordar que la muerte de mi hermano, amigo, compañero Eduardo Vargas, Adrián, había sucedido porque no pudo ver el momento de su muerte. También recordé el poema premonitorio de Jaime Núñez, un guerrillero-poeta-mártir de los olvidados.
Carta
Mercy
Es posible que los dioses
Me llamen a su encuentro.
Ahora es más completo el riesgo
La muerte parece un ojo,
Revisándonos el porte…
Adrián ha caído
el guerrero sonrisa
el compa romántico
mucho, muy lírico decía Zapata.
Todavía presiento su forma
De llamarnos en los fríos amaneceres.
Ya es hora, despiértese
Compañerito…
Jorge Haguilar
9 de abril de 2014
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