Los dos niños (cuento), por Héctor López
martes, marzo 19, 2013
La tarde caía sobre
el pueblo, la luz tenue del sol iba desapareciendo en el occidente,
dando paso a las sombras grises y opacas de la noche.
En un portón blanco
en las afueras del pueblo dos niños jugueteaban, corriendo de lado a
lado de la calle, intentando tocarse el uno al otro.
Al rato, dejaron de
jugar y se sentaron en unas piedras que aun permanecían calientes
por el sol del día.
- ¡Oye Pepe! ¿has escuchado lo que dice la gente por ahí?— preguntó Chus uno de los dos niños al otro.
- No, ¿Qué dicen?
- Que en el pueblo asustan por las noches.
- ¡Locuras! — Contestó Pepe.
- ¿Y qué tal si vamos a ver si es cierto?
- ¡Estás loco, ya es noche y mi mamá me regaña si llego tarde a la cama!
- ¡Tienes miedo!... ¡tienes miedo!...
- ¡Que no!— gritó Pepe.
En ese instante, la
mamá de Pepe pasó por ahí.
- ¿Qué hacen aquí los dos? — les preguntó.
- Niña Marta — Dijo Chus, ignorando la pregunta de la señora — ¿usted ya ha escuchado lo que dice la gente?
- ¿Qué cosa?
- Que en el pueblo asustan.
- Sí, me lo contó una señora en el mercado, pero, son puras mentiras.
- ¡Ya ves, es mentira! — exclamó Pepe, mientras le daba un empujón a su amigo.
- ¿Y por qué preguntas? — dijo la señora, frunciendo el seño.
- Es que… vera usted… le decía a su hijo que si íbamos a dar una vuelta al pueblo, tal vez veíamos a los fantasmas que dicen.
- ¿Y tú crees que mi hijo va a ir? Si le tiene miedo hasta a su sombra.
- ¡Mamá! ¡no digas eso!
- Jajaja, ya ves — dijo Chus—, no vas porque tienes miedo.
- ¡Que no tengo miedo! — gritó Pepe.
- Entonces ¿vas a ir?
- ¡Voy a ir! — Contestó— ¿Mamá me das permiso de ir? Sólo daremos una vuelta y regresamos.
- Está bien — contestó la mamá al ver que estaba en juego el honor de su hijo.
- ¡Gracias mamá!
En ese instante los
dos niños corrieron hacia el pueblo, ante la mirada expectante de la
mama, quien no se movió hasta verlos desaparecer a lo lejos.
Cuando los niños
llegaron al parque del pueblo, ya era bien entrada la noche y sólo
se podían ver las luces de las casas a través de las ventanas.
- No veo nada— dijo Pepe, mientras se mordía las uñas — vámonos a casa.
- Esperemos un rato, no me digas que tienes miedo.
- No.
- Entonces sólo demos una vuelta al parque y nos vamos.
- Está bien, pero promete que luego nos iremos.
- Sí hombre.
En ese instante las
pocas luces de las casas se apagaron, quedando sólo un farol de luz
opaca alumbrando una solitaria esquina; y el resto del parque se
sumió en una tétrica oscuridad y sólo se lograba apreciar el
lánguido avance de la neblina por entre los árboles.
Los niños le dieron
la vuelta al parque, y ya se disponían a marchar cuando alguien
gritó a lo lejos helándoles la piel.
- ¡Un fantasma!
Luego se escuchó
que alguien corría desesperado por la calle.
- ¿Oíste eso? — dijo Chus — Un fantasma, vamos ver.
- No es necesario — le contestó Pepe— quedémonos aquí, ¿y si es cierto?
- Pues si eso iremos a ver… si es cierto.
Chus tomó a Pepe de
la mano y empezó a caminar hacia donde había escuchado el grito.
Cuando llegaron al
lugar no vieron nada y se pararon un momento sin saber para donde
agarrar; cuando a lo lejos observaron a una mujer con vestido blanco
que se acercaba.
- Disculpe señora— dijo Chus, cuando la tuvieron cerca— ¿usted fue la que gritó?
- ¿Yo gritar? Están locos, no tengo tiempo para eso. ¿y qué hacen dos niños tan noche en el pueblo?
- Buscamos fantasmas.
- Si serán locos; los fantasmas no existen.
Chus y Pepe, se
miraron el uno al otro interrogándose con la mirada, pues, después
de todo quizás la señora tuviera razón.
- Bueno gracias — le dijo Chus.
- Cuídense niños— les dijo la señora y se dispuso a retirarse, pero luego se paró un momento para interrogarlos — Por cierto niños ¿han visto por acá a un niño más pequeño que ustedes?
- No — contestó Chus.
- Bueno, si lo ven le dicen que lo ando buscando.
- Está bien señora — contestaron.
Y la señora
continúo su camino, desapareciendo entre la neblina, que ya había
cubierto el parque con su manto gris.
- ¿Nos vamos a casa? — preguntó Pepe.
- Si nos vamos.
Los niños doblaron
una esquina y al otro lado del parque escucharon de nuevo un grito.
- ¡Un fantasma!
- ¿Oíste eso? — dijo Chus y haló a Pepe de la mano.
Cuando llegaron al
lugar sólo se encontraron a una mujer tendida en el suelo, al
parecer desmayada.
- ¿Está muerta? — preguntó Pepe.
- No, se debió desmayar al ver el fantasma.
- ¿Y si los fantasmas sólo los pueden ver los adultos? — dijo Pepe.
Chus, se le quedó
viendo intrigado.
- Puede que tengas razón, pero yo no me cansare de venir hasta que no vea un fantasma; pero, ahora ya es muy tarde vámonos a casa.
- Sí, vámonos.
Y los dos niños
empezaron a caminar por la calle adoquinada, atravesando la bruma con
sus delgados cuerpos; saltaban de un lado a otro, luego llegaron al
portón donde habían estado jugando horas atrás, antes de emprender
la aventura; entraron en él y cada cual se fue a acostar a la tumba
que le correspondía.
*Héctor Dennis López es narrador y parte de los talleres de literatura de la Asociación Cultural Islámica Shiita de El Salvador impartidos por el escritor Mauricio Vallejo Márquez.
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